Partamos de una premisa fundamental: «La verdadera autonomía es la autonomía financiera» (mi artículo publicado en Levante-EMV el 12 de junio de 1999). La letra habla de mirarse el ombligo, de ser superior al vecino provincial y totalmente independiente, lo que para los tiempos que corren es casi un suicidio. Por otra parte, la música en la Comunitat Valenciana nos suena de antiguo, no tenemos una gran caja porque han surgido los mismos sentimientos de orgullo patrio-provincial respaldados por los empresarios de cada lugar. Estas posturas están reñidas con la teoría y la estructura económicas, con la econometría, y sobre todo con el sentido común. («Break caja» del 22 de junio de 2001).

Ahora surge el tema de nuevo, tocado tangencialmente por el presidente Camps, quien dijo que no era el momento oportuno para la fusión de las cajas valencianas, seguramente movido por el desinterés de las mismas. Sin embargo, el tema de la fusión sí tiene su importancia, pues su consecuencia principal sería la creación de una entidad económica mucho mayor y más competitiva. Una gran caja valenciana debería ser considerada como un futurible muy positivo, aunque los gestores de ambas cajas no lo hayan considerado conveniente por la trayectoria de las mismas y su expansión. En el fondo, siempre es endémica una idiosincrasia minifundista que deberíamos superar, para proyectar nuestra CV a otro nivel. Una fusión o absorción de sociedades es complicada, trata de fusionar cantidades y transformas títulos o acciones. No hay ninguna implicación más o menos política. En las cajas, sin embargo, existen estos temas que complican la visión meramente económica: representaciones institucionalizadas como la de los impositores, 28%; municipios, el 28%; los fundadores, el 5%; el personal laboral, el 11%; y el Parlamento autonómico, el 28%. Si la representación local y regional superaba el 50%, ya nos metíamos en el farragoso mundo de dudar si los préstamos o inversiones eran públicos. Se complicaba la gestión de las cajas por injerencias políticas. («Cajas a debate», del 16 de septiembre de 2003).

Ahora seguimos igual, con politización, no tutelaje del Banco de España, y aversión alicantina a la unión. Encima, una crisis enorme y global que reclama el renacimiento de la economía, y el camino no es precisamente ése. El rechazo del empresariado alicantino se basa en que disponer de dos cajas les beneficia, y hasta el señor Ripoll, presidente de la diputación, zaplanista reconocido, se opone, cuando fue el presidente Zaplana quien más insistió en la fusión. («La despolitización de las cajas», 2 de julio de 2009).

Ante la sorpresa de unión SIP de la CAM con Cajastur, con mayor liquidez y solvencia, con Caja Extremadura y Cantabria, niegan las presiones del Banco de España y van a pedir 1.600 millones de los proporcionados por el Frob. La CAM tendrá menor peso en el grupo y deberá reducir el 10% de su plantilla, con la sede social en Madrid. Igualmente, el Banco de España presiona a Bancaja, con ultimátum de su gobernador, para la fusión con Caja Madrid. Sólo falta algún acuerdo con las cajas gallegas, y el poder financiero del PP a través de las cajas atravesará diagonalmente la Península. ¿Podríamos pensar sobre esta nueva perspectiva?