Ya saben ustedes que el TSJ valenciano va a continuar en situación de prórroga porque sus señorías no se han puesto de acuerdo sobre el perfil del candidato que había de sustituir a Fernando de la Rúa. Y esta vez sin ayuda de los políticos, que quienes habían de tomar la decisión eran magistrados (el famoso órgano de gobierno de los jueces), aunque no sólo magistrados: salvo casos de insobornable independencia, la mayoría acredita públicamente su filiación y tienen el mismo espíritu de camisola, trinchera o facción que Manolo «el del Bombo» una pom-pon girl de Los Angeles Lakers. Así pues, se prolonga el mandato del interino De la Rúa y la agonía de nuestro amado líder, a quien, según mi bola de cristal, pasado San Roque ya sólo le quedará el perrito para lamerle las heridas (que se infligió). De pan, andará sobrado, tranquis. Con la llegada de la canícula, todo esto y más cosas nos parecerán aún más dilatadas e inacabables

¿Cómo se seleccionan los jueces? Pues por oposición, creo, pero algo raro debe ocurrir en el sistema para que se cuelen tipos como el Ferrín Calamita, aquel que negaba, por sus fueros, el derecho de las lesbianas a adoptar. O los que no casan gays porque sí o el que invoca, en horario laboral, la iluminación del Paráclito en vez del espíritu —más concreto— de la Constitución. No le deseo el mal a nadie, pero todos éstos se merecen tener una hija como Barbra Streisand en ¿Qué me pasa, doctor? En el Consejo General del Poder Judicial converge este estilo de criba con el sistema de selección inversa de los políticos, que, como es sabido, premia la obediencia que siempre es un error: no hay que obedecer, sino obedecerse.

Entiendo perfectamente a Tomás y Tío —juez listo y gran tipo— cuando se dedica a llenar los camiones con destino al Sahel o a honrar a las monjitas de Teresa de Calcuta: en su caso, tiene mucho mérito no haberse echado al vino. O a la literatura, a la buena, a la de Gabriel Miró o Joan Perucho —los dos jueces—, que, al menos, poblaron estos vacíos con bellas imágenes.