Mientras el avión desciende del cielo de Madrid, puede verse en directo el rostro de la crisis: junto al perímetro de cada población del entorno hay un gran espacio urbanizado y vacío. Es el resto de jabón que ha dejado en el suelo la burbuja inmobiliaria, al pinchar. En realidad es sólo el esqueleto, y el fantasma de cada cadáver recorre los sótanos de las entidades financieras asustando al personal. Es posible que el capitalismo maduro sea una vaca tan vieja que ya no da leche, y sólo las periódicas burbujas alimenten la antigua ilusión en las grandes ganancias (o éstas sean como un sobresueldo). Lo cierto es que mientras no se ajusten cuentas con el pasado reciente el fantasma no tendrá paz, ni la habrá en los sótanos. Estado y banca deberían idear cómo hacer del problema una oportunidad, convirtiendo ese suelo en una reserva a muy largo plazo y exorcizando al espíritu en pena.