Es verdad. A la gente no le gusta el fútbol.Lo que le gusta es que gane su equipo. Y, ahora, La Roja. ¿A qué idiota se le ocurrió este seudónimo? El acelerado cretinismo del país está directamente relacionado con el futbolerismo, la religión del siglo XXI. Presente a todas horas, en la prensa, la radio, la televisión e internet. No hay más Dios que el fútbol. Un lucro fabuloso. Páginas y páginas en la prensa (para la cultura, un par, no suceda que la gente se pervierta), horas y horas en la radio, imágenes y más imágenes en las televisiones. Es angustioso. Las masas están aborregadas en torno al fútbol. Millones y millones de seres humanos viven de la fantasía que les venden estrellas que cobran salarios (dicen los comentaristas de la cosa) multimillonarios. Es más. Se enfadan cuando les informan de que Zutanito cobra tres millones de euros netos por temporada, y Pelenganito —más jugador, aseguran— sólo dos millones seiscientos mil euros. Olvidan echar una ojeada a su nómina, que asciende a 1.450 euros mensuales, con suerte. Como vemos, no hay nada más solidario y franciscano que defender al débil y explotado futbolista. Impresionante.

Pero a la gente no le gusta el fútbol. Ahora, con motivo del Mundial de Sudáfrica, los bares y sus terrazas, equipados con televisores majestuosos, sólo ponen el cartel de no hay billetes cuando juegan esos menesterosos jugadores españoles que cobrarán 600.000 euros si ganan el campeonato. Es obvio, pues, que su interés por el fútbol —comprobar el estilo de juego de otros países— es mínimo. Únicamente desean que triunfe La Roja. Sólo cuando saltan (ningún futbolista salta, se limita a salir al campo) al césped los suyos («los nuestros», machacan los comentaristas), los bares, las aceras, las terrazas y los domicilios particulares se transforman en una vocinglería patológica.

Hasta el momento de escribir esto, nuestros trabajadores asalariados no han exhibido demasiadas ganas. Parece que desean irse de vacaciones. Y ustedes puede que digan: ¿cómo es posible, con la pedrea que les ha prometido la Real Federación Española de Fútbol? Les contesto: si ustedes y nosotros hubiéramos amasado un fortuna a los 25 ó 28 años, ¿no renunciarían a 600.000 euros con tal de empezar ya las vacaciones en compañía de su mujer y sus hijos, la modelo de turno, Lolita (la taquillera del Alcorcón) o la joven y guapa ex amante de un jeque de Dubai? La respuesta es sí.

La incógnita indescifrable, pura metafísica, es quiénes y cómo han transfigurado aquel inocente balompié en la religión de millones de ñus —capaces de brindarse a que los devoren los cocodrilos del río Zambezee—, en un negocio delirante al borde de la ley (muchos clubes están técnicamente quebrados) y en una revista rosa, con más o menos espinas, pero rosa. Actualmente, los chismes y las habladurías, sean de dinero, amoríos, enfrentamientos en el sacrosanto vestuario (en vez de oler a incienso, por la religión, huele a linimento y euros) o las trapacerías de la multitud de personajes que viven del rollo —algunos periodistas incluidos—, componen un porcentaje muy copioso de las informaciones y reportajes. Hay obligación de llenar y rellenar miles de horas en cualquier medio de comunicación.

Nosotros somos uno de los raros seres humanos a quienes sí les gusta el fútbol. Sin acaloramientos. Nos da igual quien gane. España, el Valencia, el Madrid o la Ponferradina. Gozamos de las jugadas, las estrategias y otras mandangas. Nos distraemos durante un par de horas. No nos disgustamos. Ni padecemos un episodio de hipertensión. Sigan nuestro consejo.