Amainan las objeciones sobre la Fórmula 1. Es cuestión de acostumbrarse. También ayudó mucho, al nuevo estado de transigencia y adaptación, que uno de los gurús de la izquierda ilustrada se compenetrara con el discurso oficial. Adujo la importancia del retorno económico, la glorificación de la marca «Valencia» ascendiendo en el escalafón mundial y la valiosa generación de negocio en el futuro inmediato. Es decir, que si la Generalitat se librara del pago del canon, la cosa sería redonda. Pero también están para eso los poderes públicos: para ingresar dinero en las cuentas de Fórmula 1 a fin de que todos, después o mientras tanto, vivamos mejor. Además, los hosteleros están encantados y hasta el señor Botín se toma una Coca-Cola light bajo el despiadado sol mediterráneo, a la verita del puerto. Botín le da plantón a Rajoy para encontrarse con Camps.

No sé que dirán los analistas, sobre todo los que se empeñan en buscarle tres pies al gato. Que Camps sube y Rajoy baja. Si no hubiera que cambiar de paradigma, lo que es muy complicado, podríamos construir ese balance de la cita. El poder acude a la llamada del poder. Pero no están los modelos ya prefigurados para muchas transformaciones. Y menos, el modelo Camps. Aunque lecturas se pueden hacer muchísimas, y variadas. Las lecturas son como una ensalada donde cabe todo, pimiento y pollo. Basta agarrar eso que se llama «un ángulo de la realidad» y, zas, ya has dado con una «distinta». Si tiene que ver con la «verdad», es otro asunto. Que nadie demanda, por cierto. Basta que la lectura sea coherente o verosímil.

Al principio, este tipo de «saraos», como el de la Fórmula 1, congregan a un número indeterminado de impenitentes detractores. No pasa nada. También los tuvo la pirámide del Louvre o el Pompidou, por no salir de Paris, y los obtuvo enseguida doña Leticia, por ser plebeya y periodista. La contestación a los mamotretos más o menos vanguardistas y el rechazo a la dislocación de las costumbres forma parte del guión. Después del terremoto inicial, sin embargo, los espíritus se serenan, y todo lo va deglutiendo la rutina y, sobre todo, el cariño. El roce. La mirada cambia de perspectiva. La Fórmula 1 acaba siendo como de casa. Patrimonio del corazón. La izquierda acaba personándose en el circuito (Jorge Alarte), los vecinos se toman con serenidad los cortes de calles, el personal que no soporta el ruido viaja al chaletito del suegro y así, poco a poco, van encajando los elementos hasta el éxtasis actual.

Como el impacto económico, según el Consell, es de 60 millones de euros, pues nadie se queja. ¿Quién va a quejarse en plena crisis? Sólo el presidente de los hosteleros de Benidorm, y porque no le ponen el circuito allí. Enseguida haría del circuito una patria.

De modo que, como existe un consenso generalizado sobre la Fórmula 1 y yo diría que casi sobre todos los «eventos», y ya que el golfista Sergio García va a lanzar una bola a 50 metros desde algún alerón del Palau de les Arts para inaugurar el Castelló Master, en otro acontecimiento universal y valenciano, lo único que le queda a Alarte es proponer algo grandioso, globalizador. Por ejemplo, la celebración de la carrera de caballos de Ascot en torno a los edificios de Calatrava, para que el postimperio inglés luzca sus pamelas aquí. O una vuelta al mundo desde Valencia, por tierra y mar, estilo Phileas Fogg. No sé. Cosas así, en plan evento internacional. A fin de hurtarle espacio al Consell.