Hoy se enfrenta La Roja a Portugal. Todos contra Cristiano Ronaldo. Hasta ahí llego, no sé más, y ni siquiera estoy seguro de que Ronaldo represente la amenaza portuguesa de la que saldrá victoria para estar en cuartos o fracaso y vuelta a casa. De nuevo, el país entero se paralizará hacia las ocho de la tarde ante los televisores, y se repetirá la escena de la gran comunión, que si cervezas, tapas, pitos, banderas, crestas de colores, mejillas pintadas, y alegría o decepción al final del encuentro con Portugal. Ah, también sé que existe en el equipo de enfrente un tal Fabio Coentrao, zurdo, al que se le teme mucho. Y que Sara Carbonero volverá, desde la posición que la FIFA le asigna, a ser diana de miradas y comentarios por su relación con Íker Casillas, al que casi puede soplarle en la nuca, unos dirán que para animar al héroe, otros que para descentrarlo.

Quiero decir que apenas hay nada que no se haya dicho en especiales, telediarios, y que el antes y el después serán analizados con espíritu taxidermista. Sin embargo, quizá no sepa, o sepa menos, que hace unos días hubo otro encuentro en el Royal Bakokeng de Johanesburgo que enfrentó a Estados Unidos contra Ghana y sus estrellas negras. ¿Qué sabemos de este país africano, quién es capaz de señalar uno, dos, tres jugadores de su selección, digo más, quién es capaz de nombrar al presidente del país, uno de los más estables, y por supuesto democráticos, del continente? ¿Alguien podría decir el nombre de la capital? No es país de niños famélicos, y las instituciones funcionan con pasmosa normalidad. Pero eso no es noticiable. Del partido se dijo que perdió EE UU, incluso con la presencia de Bill Clinton. Pero en realidad ganó Ghana. Y sus estrellas negras.