Si existe un espejo que refleje de forma meticulosa, casi como una fotografía panorámica de alta resolución, lo que ha representado durante los últimos años la gestión económica de la Administración autonómica para la Comunidad Valenciana y sus habitantes es ese en el que se desenvuelve la empresa semipública Valencia CF SAD. Y digo semipública porque es dudoso que exista empresa privada valenciana alguna que haya recibido atenciones tan privilegiadas por parte de la Generalitat, del Ayuntamiento de la capital y de la entidad financiera de bandera de ambas, Bancaja (más sólida que ayer, pero menos madrileña que mañana). Ha sido norma durante demasiados años confundir intereses partidistas y futboleros de un sector de la clase política y de la sociedad con los intereses generales de los valencianos.

Observando la trayectoria del Valencia durante los últimos años en cuanto a situación patrimonial y gerencial –deportivamente ha mostrado una eficacia digna de elogio–, cuesta trabajo encontrar mayor cúmulo de errores, complicidades cuestionables, derroche de dineros, favores públicos, demagogia, manipulación y otros adjetivos y sustantivos que evitamos para no agobiar a los buenos y leales aficionados de uno de los dos equipos locales de fútbol –el más grande de ellos, sí, pero no el único– que no se merecen (¿o tal vez sí, por consentidores?) la mayoría de las desgracias que les están ocurriendo y las que están por venir. Una serie de 'cualidades' que han conducido a ambas instituciones a moverse como 'zombis' en un escenario de crisis generalizada en el que sólo los más despiertos y sensatos tendrán garantizada la supervivencia.

Vidas paralelas. Las similitudes del Valencia con la Generalitat son evidentes. La venta de los jugadores estrella del club, Villa y Silva (como las fusiones otorgadas a las cajas de ahorro), es sólo una decisión coherente con la situación de una empresa mal gestionada, prácticamente arruinada, endeudada al máximo y con unos activos inmobiliarios sin salida ni futuro a corto y medio plazo. ¿Les suena? El Valencia precisa urgentemente de liquidez para resolver compromisos adquiridos irreflexivamente, vencimientos de deuda e incluso el día a día.

Como la Generalitat, que anda buscando un sablazo de varios cientos de millones de euros a quien se deje (al Banco Central Europeo, ni más ni menos) ya que Wall Street –el mercado a donde los hombres del IVF han estado acudiendo a financiarse durante los últimos años saltándose las recomendaciones europeas– les ha dado con la puerta en las narices. Se acabó. Durante los años de vino y rosas, Valencia SAD, como la Administración autonómica, desoyó las indicaciones de prudencia y contención para cuando llegaran las vacas flacas, gastando, derrochando y dejándoselo en gastos superfluos.

Se podrá hacer leña con la familia Soler, pero no olvidar que actuó con la aquiescencia de Generalitat, ayuntamiento y socios dejando hacer cuando no empujando a saltarse los límites que el buen gobierno empresarial impone. Fueron cómplices virtuales la alcaldesa y su mano derecha (Grau) que permitieron iniciar la construcción en el centro de Valencia y en terrenos públicos de un megaestadio de lujo «para jugar la Champions», capricho de alcaldesa, cuyas obras nadie sabe cuándo finalizarán o si habrá que derruir a causa de su deterioro galopante. Negligencia y falta de inteligencia administrativa. Los Soler pagaron con la ruina y la ignominia su incapacidad, pero los funcionarios públicos que les ayudaron se muestran intocables ante la opinión pública.

Prestad, malditos, prestad. Si nos desplazamos hacia arriba, encontramos paralelismos situacionales con el comportamiento de la Generalitat y Bancaja en la financiación arriesgada del Valencia. Cientos de millones de euros prestados y refinanciados a una SAD cuyo único mérito era su capacidad para presionar a la Administración regional, a la entidad financiera y a la clase política (inolvidables aquellos SMS pidiendo el boicot a Bancaja y al PSPV que tanto asustaron a ambos). Entonces no hubo gobernante, presidente bancario ni dirigente político que tuviera arrestos para hacer frente a esas presiones, decir la verdad y actuar en consecuencia con un cliente que presentaba un riesgo crediticio insoportable (a Moody's & Cia. les faltarían signos negativos para calificar la calidad del riesgo de la SAD).

A la vista tenemos las consecuencias. Deuda insoportable, pérdidas millonarias, activos sin apenas valor y una monumental obra inacabada («construccional» como se dice ahora) que pesa como una pesada losa sobre la mente de sus administradores y las ilusiones de la afición.Y ahora se presenta el papelón de la Fundación, de nuevo financiada de mala manera para recuperar las acciones del club e inyectar una nueva dosis de oxígeno financiero al VLC.

Lo de la Fundación es un sinvivir: naturalmente tampoco está pagando los créditos recibidos de la caja madre, tampoco puede vender las acciones a alguien que pase por allí porque la CNMV les ha puesto la lupa encima y cuya mejor solución hipotética, la salida a Bolsa, exige tal esfuerzo de transparencia que los puede dejar, a la Fundación y al club, al borde mismo del precipicio legal.

La esperanza del patronato de la entidad, repleto de apellidos tan rimbombantes como ahora desconcertados, es que aparezca 'alguien' que compre con los ojos y la nariz tapados y salve los muebles. Improbable (ya no quedan kamikaces). La otra opción, la venta de múltiples paquetes de 50.000 euros a aficionados e inversores más parece un ejercicio de fe que una opción real, aunque nunca se sabe: los aficionados tienen una capacidad infinita de creer y comulgar.

Ahora no queda nadie en el patronato que tenga algo que decir, ni siquiera Társilo Piles, 'missing' total. Disimulan silbando y mirando hacia otra parte. Pero el tiempo pasa y las condiciones empeoran. Menos mal que al timón hay una mano firme, la de Manuel Llorente, que no se sabe cuánto tiempo más podrá mantener a flote ese cascarón abierto en mil vías de agua en mitad de una tormenta que no tiene visos de amainar. Si tienen éxito, los nuevos fichajes realizados para la próxima temporada sólo podrán, en el mejor de los casos, prolongar una situación dramática que no conduce a nada bueno.

Dos instituciones, el Valencia y la Generalitat Valenciana, al borde la suspensión de pagos, con unos dirigentes debilitados al máximo y unos aficionados y contribuyentes que no intuyen lo que les va a venir encima. Menos mal que nos quedan el Estado y Rodrigo Rato...