La política es cruel. Es mundo en el que sobreviven los más fuertes o los mejor dotados para el disimulo. El caso de Tomás Gómez, secretario general de los socialistas madrileños, es paradigmático. Gómez vive días de zozobra política. No por obra de su inalcanzable antagonista, la popular Esperanza Aguirre, a quien las encuestas pronostican mayoría absoluta; no, los males de Gómez proceden de su propia casa. Pepe Blanco, vice todo en el Gobierno y en el PSOE le tiene puesta la proa. Poco importa que Gómez haya sido en dos ocasiones el alcalde más votado de España y que su gestión al frente del consistorio de Parla haya sido útil a los vecinos. Gómez, a quien un día Zapatero señaló con el dedo para que fuera la cara joven de los socialistas en Madrid no ha conseguido la cuota de popularidad que hoy en día reclama la tarea política. Sin embargo, cuando hace unos días trascendió que Manuel Chaves, el presidente del partido, le sugirió que cediera el paso a otro, Gómez respondió con un «no» que su interlocutor no esperaba –los poderosos están acostumbrados a la mansedumbre que rodea al poder–.

El «no» de Gómez le convierte en un resistente o disidente dentro de su propio partido y, por lo mismo, en un político interesante. Interesante en la medida en la que se aparta del camino de la servidumbre de estirpe sectaria que caracteriza a la mayoría de los partido políticos. Hasta la fecha, Gómez no ha perdido ninguna elección y reclama el mismo derecho que a otros les fue concedido. Casos de Trinidad Jiménez o Miguel Sebastián que perdieron frente a Ruiz Gallardón.

Gómez dice algo que suena mejor fuera que dentro de los partidos políticos. Dice que si hay otro candidato, lo pertinente es celebrar elecciones primarias. Es algo así como mentar la bicha porque toda consulta a los afiliados pone en riesgo el poder oracular del aparato del partido. Recuérdese la faena que le hicieron a Pepe Borrell cuando osó enfrentarse (y ganar) a Joaquín Almunia. Poco después cayó, víctima del «fuego amigo».

Alguien recordó «oportunamente» que tenía unos amigos impresentables que tenían algunas cuentas pendientes con Hacienda.

Me temo que peligra la cabeza de Gómez. Debería protegerse del «fuego amigo».