Aquel paciente entró en el ambulatorio con una uña negra y salió del hospital con una pierna menos porque los médicos siempre cortaban por debajo de la gangrena, en lugar de hacerlo por encima, por lo que la infección no dejaba de progresar. El Gobierno español interpretó que el paciente de la economía tenia solo un hematoma de origen externo, tal vez el pisotón de las hipotecas basura americanas, y que la uña negra acabaría saltando por sí misma; sin embargo, el daño era interior, estructural (sistémico, se le llama ahora), y se extendía a una velocidad de vértigo. A más velocidad, desde luego, que las medidas para atajarlo.

Y ahora, cuando Alemania anuncia su salida del pozo con un crecimiento trimestral como no se veía desde la reunificación, en España el ministro José Blanco nos prepara para nuevas subidas de impuestos. Tal vez porque el primer mes con el IVA crecido no ha hundido el barco, y de ello deducen que tenemos mucho más aguante. ¡Desde luego que lo tenemos!

Pero eso deberían haberlo sabido desde el principio. El país puede aguantar lo que sea menester para salir del atolladero. Lo que no puede aguantar son gobernantes que no aplazan las medidas y al final nos matan a pellizcos. La falta de seriedad ha sido el principio determinante en lo que llevamos de crisis, y la principal causa de su innecesaria extensión. Faltó seriedad cuando se permitió e incluso se fomentó no sólo la burbuja inmobiliaria, sino el gran endeudamiento: el de las administraciones, el de los particulares con los bancos y el de éstos con sus colegas extranjeros.

Faltó seriedad al evaluar los efectos del gasto anticíclico sobre el déficit. Pero también falta seriedad cuando autonomías y municipios tiran de los adelantos a cuenta sin comprobar si los ingresos finales van a ser equivalentes, y luego resulta que deben un pastón a la caja del Estado, que no saben cómo devolver. Y falta seriedad cuando los ayuntamientos miran hacia otro lado y se niegan a usar la tijera hasta que no pueden pagar a los proveedores, y éstos amenazan con dejar de recoger la basura. Luego, claro está, unos y otros miran al Gobierno para que les saque del atolladero.

No piden sino que exigen absolución sin contrición, enmienda ni penitencia. Y el Gobierno mira hacia los ciudadanos para evaluar cuántos doblones quedan en nuestras bolsas.

Y a cortar otra vez, pero siempre un palmo menos que la extensión de la gangrena. Oiga: si hay que cortar, se corta, pero corten bien y por donde toca, de una vez por todas.