Si tuviéramos que extraer una lección tras el secuestro padecido por los tres cooperantes catalanes, por fin liberados, es la de la necesaria revisión de la seguridad cuando se van a implementar proyectos a zonas de riesgo. En el caso del Sahel, Al Qaeda está aumentando su presencia significativamente desde el año 2003, algo de lo que los especialistas veníamos alertando, pero también es una zona donde Al Qaeda está bien organizada e interconectada. Su presencia abarca desde Senegal hasta Somalia, cruzando África a lo ancho, y donde además se entrelazan otro tipo de criminalidades, como el tráfico de armas, de personas y de drogas, por tanto, ni desviar una ruta ni mucho menos prohibir las caravanas va a solucionar un problema tan arraigado. Sobre todo, porque África es el continente que más ayuda humanitaria y de cooperación al desarrollo concentra y necesita, pero también porque el riesgo de ser objetivo de Al Qaeda en esos lugares puede tomar otras formas y no se evita tan solo prohibiendo las caravanas.

El problema de fondo que ha evidenciado este secuestro no es tan sólo el amplio y organizado bastión con el que cuenta Al Qaeda en estos momentos en aquella zona; pone además de manifiesto una carencia histórica entre los colectivos civiles a la hora de implementar proyectos en ese tipo de zonas, que junto con una falta de impulso formativo desde el Estado no nos hacen fuertes ante este tipo de situaciones. Si bien es cierto que esta falta de cultura de la seguridad civil no ha penetrado tanto en España y estos viajes no se gestionan de forma especializada, no por ello ante un problema tan sufrido como el de un secuestro deberíamos girar la vista hacia esta falta de adquisición de nociones en seguridad que tanto acucia al desenvolvimiento de nuestras ONG y otro tipo de misiones civiles en zonas de riesgo.

La gestión especializada de la seguridad es un valor en alza que se va imponiendo cada vez más en estos escenarios, con ello, si no se logra evitar secuestros y otros males en unos casos, sí representa al menos una garantía de reducción de la exposición a ese riesgo y, por tanto, de minimización del mismo. La diferencia es abismal cuando uno se mueve en esos lugares, en cuanto al poder contar con nociones y entrenamiento para ir bien preparado. Hoy en día muchas organizaciones internacionales imponen la obligatoriedad, incluso algunos gobiernos, de realizar un curso de entrenamiento práctico antes de ir a zona, y así mismo la recomendación de hacerlo con planes de seguridad. Siempre tuve a bien decir a los novatos que se incorporaban a nuestras misiones a países musulmanes que no es lo mismo el riesgo existente en un lugar que la exposición al mismo.

Y de eso se trata, de continuar con las labores en esos países, pero teniendo en cuenta dos criterios fundamentales: la prioridad de mandar esa ayuda y cómo es mejor hacerla, teniendo estudiadas formas alternativas que sean posibles dentro del contexto de la zona, y, por otro lado, cuidar la forma en que una misión se despliega en esos lugares (tampoco olvidemos que hay misiones permanentes, temporales, y otro tipo de presencia occidentales). La gestión del riesgo requiere de una compleja combinación de logística, sistemas de comunicaciones, saber reportar incidentes, evaluar situaciones y evolución de las mismas, contrastar la información, conocer los riesgos de cada zona que se va a pisar, las medidas establecidas tanto por OOII como la ONU, dotarse de herramientas médico-sanitarias y de una preparación psico-social a fin de desenvolverse en un medio hostil. La gestión de la seguridad se convierte así en una combinación de muchos factores en interconexión, y se hace absolutamente imprescindible ante el amplio abanico de amenazas que existe en esos lugares.

Lejos de prohibir un tipo de actividad y desplazamiento en concreto, más allá de ello estamos ante una necesidad acuciante de promoción de la seguridad entre los colectivos civiles que de una manera u otra desarrollan proyectos en esos escenarios, porque la ayuda en África continúa de muchos otros modos.