Tras el último Emmy que ha obtenido como mejor serie dramática, Mad men merece ya un lugar en las estanterías de las series de culto, en las que se encuentran A dos metros bajo tierra, Mujeres desesperadas, Sexo en Nueva York y Los Soprano. Es interesante en especial por estar situada en los últimos cincuenta y primeros sesenta del siglo pasado, cuando EE UU era un mito que se nutría de cine, de literatura y de música.

Las referencias de fondo, la campaña Nixon versus Kennedy, la marcha de los derechos civiles de los negros en el Sur, el desembarco de Bahía de Cochinos, el asesinato del presidente en Dallas, el inicio de Johnson… nos son familiares. Ellos veían más la TV que los españoles, pero nosotros bailábamos mejor el twist. El apartamento era para los espectadores españoles más escandaloso y Moscú lo premió. Frank O´Hara aquí no era leído, ni lo es, sí Truman Capote.

No había aquí aún suburbios o urbanizaciones de lujo. Hasta los 70 no veríamos en Valencia Santa Bárbara. Hay cifras que hacen reflexionar. Los empleados de la firma de publicidad ganaban entre 150 y 350 dólares a la semana, ellos ganaban en un mes la mitad de lo que ganaba un español en un año. Un piso en Nueva York, nuevo, valía 30.000 dólares y un joven ejecutivo no podía pagarlo. Aquí, los que construía Nebot en el Barri del Carme valían 200.000 pesetas. Pero un maravilloso Cadillac valía 10.000 dólares —tres veces un piso aquí— y nosotros solo veíamos en carreteras los 600 y algún Peugot o Renault. Mi primo Ventura se compró un Lincoln y en Sueca fue el acabóse.

Hay mucho adulterio en la serie Mad men, y un niño dado en adopción, lo que era normal en España, una suplantación de personalidad, y la bella ama de casa que responde al fetichismo de La mística de la feminidad. Aquí las mujeres soñaban con las cocinas de Doris Day. Al fondo de todo este grupo humano, con sus problemas profesionales, la publicidad, y familiares, se encuentra la sociedad que describía Vance Packard en Los ocultos persuasores y Los artífices del derroche, que pudimos leer desde 1961, y que nos hablaban de una sociedad que parecía de ciencia ficción, la sociedad del consumo y la de la opulencia, de esto nos enteraríamos leyendo a Galbraith, asesor de Kennedy.

La serie pone en la moviola este interesante momento de la sociedad norteamericana, que nos es más familiar por el cine, cuando estábamos lejos de parecernos a ellos. Ellos eran el Imperio y España, una sociedad periférica, un capitalismo atrasado y dependiente. Ellos invertían aquí y nos vendían su modelo de vida. La cosa cuajó, no sin resistencia de la dictadura de Franco, rehén por las bases militares (recuerden Palomares y las dos bombas), o de la sociedad más rural, la presión del catolicismo, por la moral, y la abierta oposición del comunismo (ilegal, pero dominante en Comisiones Obreras). Para nosotros es una imagen de lo que deseábamos ser y no fuimos. Da para un juego con mucho morbo de diferencias y parecidos, con la debida distancia cronológica.