Mauricio Alberto González, alias El Ronco, y Henry Norberto Valdés, alias El Pollo, dos sicarios colombianos a los que se acusa de más de 200 asesinatos, fueron detenidos por la policía española en Valencia y L´Eliana, donde residían tranquilamente sin levantar sospechas entre sus convecinos. Uno de ellos incluso despertaba sentimientos de compasión porque se desplazaba en una silla de ruedas por causa de un supuesto accidente laboral, aunque, tras la detención, se supo que su minusvalía era resultado de un ajuste de cuentas entre mafiosos.

La trayectoria de estos dos sujetos es terrorífica. El llamado El Pollo provenía de las tristemente famosas fuerzas para-policiales colombianas («Héroes de Granada» se llamaba su grupo) y, al cesar en esa actividad criminal amparada por el Gobierno, fundó una «oficina de cobros» para seguir en el trabajo que mejor conocía: matar seres humanos. El otro colega, El Ronco, era «jefe de logística» (así lo escriben en la prensa) de un negocio parecido, que actuaba bajo el nombre siniestro de «Las Tres Puntillas» porque dejaban clavadas tres pequeñas puntas en el cráneo de sus víctimas al objeto de identificar su autoría. Un recurso contable muy ingenioso, ya que, de esa forma, podían pasar al cobro la factura de los asesinatos cometidos sin que otra oficina competidora se los atribuyese.

Hay mucha competencia desleal en el negocio de los asesinos a sueldo, y hay que andar muy listo para que otros no se meten en tu terreno. En esto, y en otras cosas, se ve que el crimen organizado y la actividad empresarial utilizan métodos de gestión y organigramas cada vez más parecidos. ( «¿En qué trabaja tu marido?», le habrá preguntado alguna buena vecina de L´Eliana a la mujer de El Ronco. «Es jefe de logística de una oficina de cobros» le habrá dicho la otra dándose importancia).

Las razones por las que estos dos peligrosos criminales habían escogido Valencia para vivir y atender las actividades que desarrollaban en otros ocho países, son conocidas desde hace años. La costa española, sobre todo la mediterránea, es lugar habitual de refugio de mafiosos de toda procedencia y cada poco nos dan noticia de una detención policial sin que esa circunstancia nos extrañe demasiado.

El 4 de agosto de 2002, el periódico español de mayor difusión tituló en el lugar más destacado de su primera plana: «Centenares de bandas mafiosas actúan en las costas españolas». Y acto seguido pasaba a explicar las evidentes conexiones entre el crimen organizado, la construcción de viviendas y la creciente corrupción de alcaldes y concejales. Desde entonces, nada ha cambiado.

La construcción de viviendas ha decaído, pero la corrupción de alcaldes, concejales y otras autoridades políticas, va en aumento, según se deduce de las investigaciones judiciales abiertas. El problema es muy serio, pero, de momento, debemos por felicitarnos de que la corrupción política que padecemos no haya necesitado de utilizar los expeditivos métodos de las mafias que residen en nuestro país.

Aquí, como se deduce del sumario del caso Gürtel, y de otros parecidos, también hay «oficinas de cobro» y «jefes de logística» pero no se da todavía el caso de que hayan tenido que clavarles tres puntas en el cráneo a los que se resisten a pagar las comisiones prometidas. Lo nuestro es un gansterismo sin pistola que se limita a utilizar los despachos oficiales para forrarse con negocios ilícitos o comprarse chucherías. Lo otro sería horrible.