El pepé ha cogido munición de aquí y de allá, ha tomado impulso, ha dispuesto una estrategia de comunicación bien coordinada, que para eso es una hacha, y ha engrasado una contraofensiva que no sabemos adónde le llevará. Da igual. Adonde le lleve, bien está. Cospedal fue la que dio la cara en Madrid para denunciar que España está sometida a un Estado policial. Con esos arranques de autenticidad que se gastaba, no es extraño que Labordeta haya dicho hasta aquí hemos llegado. Porque lo que hace, además, la lugarteniente de Rajoy es asimilar España con su organización. Los máximos responsables del partido que se ve gobernando la nación en na y menos advierten que policía, jueces y fiscales son unos peleles sometidos a las argucias de los otros, algo —se sobreentiende— que nunca harían ellos. Y como consecuencia de todos estos manejos se producen esas filtraciones tan dañinas para los derechos de los afectados, salvo que los afectados no sean de los nuestros. El gran muñidor y el verdadero demonio de todo este infierno por el que se quiere hacer pasar a gente que nunca ha roto un plato no es otro que Rubalcaba. El superviviente del filipismo en el Consejo de Ministros no da la pinta de ser un santo. Ahora bien, también es excesivo atribuirle poderes sobrenaturales como para que sea él el que le dio vidilla al Bigotes. Dentro de esta acometida en la que el pepé no tiene ninguna intención de bajar el pistón, por el extrarradio ya han liado a Luna. Ahora es el portavoz socialista en las Corts el que se ve dando explicaciones, a las que el telenotices le dedica todo el tiempo que no le dio a la trama Gürtel, con Blasco and company pidiendo que se vaya al estilo Pla si no muestra las facturas de su reforma casera. Así que esa parte de la poli, de la Fiscalía y de la Judicatura aludidas ya sabe que el único camino que le queda es el de Luna. El pepé, sin embargo, no tiene ni por qué dar cuenta de sus asuntos. Es el privilegio de quienes son las verdaderas víctimas del sistema.