¿Había sido un sueño? No. Cuando te despiertas a veces no sabes durante los primeros segundos si tus recuerdos son reales o no. Esta vez eran reales. Se había pasado más de una semana en el programa de televisión más estúpido de la historia. El marco. Antena 3. Ocho parejas conviviendo delante de la audiencia 24 horas en un espacio de 20 metros cuadrados. Miró el despertador. Si luego se daba prisa al ducharse todavía podía quedarse cinco minutos más en la cama. Recordó el casting en el que le escogieron. Los sueños de la fama. Las ilusiones en el programa. Los proyectos a los que había renunciado por participar en él. Y luego el momento en el que llegó el tío aquél y les dijo que se cerraba el programa. Que no lo veía ni el tato. Que Antena 3 lo lamentaba mucho pero había decidido no continuar. Desayunó y bajó a la calle. Al recorrer el autobús dirigiéndose a los asientos de atrás buscó el contacto visual con cada pasajero. Quizá le reconociera alguien. No estaba seguro de querer ser reconocido. Bueno, sí. Nadie. Sólo era un completo desconocido en aquel autobús. Era el único desconocido que se había pasado una semana entera delante de una cámara de una cadena nacional y cuya vida se había expuesto online a toda la humanidad. Se sentó a su lado un hombre gordo que le obligó a ocupar los pocos centímetros que separan el asiento de la ventana. No se miraron en ningún momento. Salía del supermercado al atardecer y se le acercó una chica joven, casi una niña. «¿Tú no eres el del Marco? Meca, tío, di, ¿tú no eres el del Marco? Era nuestro programa favorito. Era... era el mejor programa... mi madre y yo lo veíamos siempre. Y tú eras nuestro concursante favorito. De verdad. Eres lo mejor que ha salido jamás en la televisión. Mi madre y yo te veíamos. Somos tus fans absolutas. Mi madre está muy triste porque terminó». Miró durante unos segundos a la chica. ¿Había sido un sueño? No, no había sido un sueño. «Vete a la mierda», le contestó.