Así como Sueca usa el pato en sus negocios diplomáticos con el mundo exterior, Vinaròs siempre echó mano del langostino a modo de flauta de Hamelín que, de inmediato, atrae en su torno a una densa comitiva de políticos, adheridos y gatos de morro muy fino. A mí me invitaron al último certamen de cocina del langostino y me acordé de los prósperos tiempos en que Jesús Ger (Marina d´ Or) organizaba la mejor mariscada de Fitur, Madrid, la del caso Gürtel, y yo me juntaba con los plumillas más afilados de Castellón para que me pusieran al corriente de las hazañas de don Carlos Fabra.

Se daba por hecho cierto, entonces, que el señor Fabra impartía órdenes desde ciertas barras crepusculares sobrevoladas por carne mercenaria y licores fuertes. Por supuesto, se puede ser más perverso, pero es difícil ser menos apolíneo. No me extraña que no recuerde cómo ganó lo que gana, el modo como encontró refugio en su bolsillo un millón de euros, que es mucha pasta para tan mal acomodo, y que no se haga un lío con las más de noventa cuentas, ellas son, propiamente, el lío.

Pero yo estaba, muy a gusto, en Vinaròs donde, para una vez que les visitó una consellera, fue para decirles que lo que quieran con Murcia o Castilla, pero que Cataluña, ni tocarla: caca. Lógicamente es lo primero que hacen en Vinaròs: tocar Cataluña, no tienen más remedio, y la Taula del Sénia ya agrupa a municipios de Cataluña, Valencia y Aragón en un proyecto cultural y turístico que ha empezado por catalogar los dos mil olivos milenarios de la zona (con el asesoramiento de mi amigo Bernabé Moya).

El río Sénia es la frontera o la bisagra, y más probablemente las dos cosas. Esta zona está salpicada de ciudadelas y santuarios iberos. Sospecho que hay uno bajo la espléndida ermita de San Sebastián, una maravilla barroca con los azulejos intactos del siglo XVIII y unas caballerizas, reconvertidas en sala de banquetes, donde ataban sus rucios los peregrinos de otro tiempo más compasivo y los clérigos de servicio en el lugar.

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