El Museo del Prado ha confirmado la autoría de «El vino de la fiesta de San Martín» como obra de Pieter Bruegel, el Viejo, al tiempo que el Ministerio de Cultura anunciaba la intención de ejecutar una opción preferente de compra sobre el mismo. Se trata, sin duda, de un acontecimiento de gran importancia cultural y, pongamos, patriótica.

El cuadro pertenece a una colección particular y puede rastrearse su historia en la Casa de Medinaceli procedente, tal vez, de la colección Gonzaga en Mantua. Entró en los talleres del Museo como de Bruegel el Joven, atribución de Díaz Padrón sobre una fotografía, con la posibilidad de que fuera de Bruegel el Viejo, según una restauradora del Louvre consultada por los propietarios. Tras una primera limpieza ha aparecido la firma y parte de la fecha de ejecución, con lo que se despejan las dudas sobre el autor. Por sus dimensiones y empeño, con un centenar de figuras, y a pesar de su estado de conservación por tratarse de sarga, es un cuadro de los más importantes realizados por este pintor flamenco del que el emperador Rodolfo II fue un ávido coleccionista, con más de diez cuadros hoy en Viena. Existen una copia, un grabado y un dibujo del cuadro, además de un fragmento similar, que atestiguan el aprecio del que gozó en tiempos.

La obra ha sido declarada inexportable por formar parte del patrimonio histórico español. Esta medida, que ya fue utilizada por Floridablanca para los cuadros de Murillo malcomprados en iglesias y conventos sevillanos, está prevista en las leyes españolas. Sin embargo algún galerista alemán, y pope de la feria europea de bellas artes de Maastrich (Tefaf), ya ha vuelto a clamar contra esta legislación que restringe el mercado. Ha llegado a hablar de expolio, tal vez quiso decir expropiación, y de nacionalismo porque en una subasta internacional el precio acordado del cuadro se multiplicaría por cinco.

Lo de la opción preferente de compra parece una novedad. Los procedimientos previstos en la ley son el tanteo y el retracto, que no excluyen que el precio lo fije el mercado. Aquí se ha hecho un contrato por el que el Estado se compromete a comprar el cuadro, a resultas del estudio y la restauración que se haga. Es de esperar que la tramitación haya sido impecable y que el vendedor sabía lo que estaba vendiendo. En Francia, la adquisición por retracto de un cuadro que salió a subasta como Carraci y que el Louvre exhibió después como Poussin, originó un larguísimo procedimiento judicial que terminó con la devolución del cuadro a su primer propietario.

La otra cuestión que se ha suscitado es la del destino final del cuadro. No tengo dudas de que no puede ir a otro museo que no sea el Prado, ya que dispone de una excelente colección de pintura flamenca y el cuadro puede colgarse junto a otros de El Bosco, Patinir o «El triunfo de la Muerte» del mismo Bruegel. En otros museos de titularidad pública podría estar fuera de contexto, aunque se convirtiera en la joya y atractivo del museo. Eso no quita que los departamentos de cultura de las distintas autonomías sean exigentes ante las compras que habitualmente hace el estado y los criterios de asignación y depósito en uno u otro museo estatal.