Como si se hubieran puesto de acuerdo los responsables de dos los eventos, el pasado miércoles hubo en España una huelga general, o eso dicen, y al día siguiente se estrenaba, en el Teatro Real de Madrid, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny. Algunos pensarán que nada más lejos de una huelga que una ópera, en este caso de dos visionarios, Bertolt Brecht y Kurt Weill, y sin embargo los dos acontecimientos trataban sobre lo mismo. En la Puerta del Sol hubo discursos contra la voracidad del mundo despiadado del dinero. Horas más tarde, a pocos metros de allí, los espectadores del Real asistían a la escenificación de esa gran sátira en contra del capitalismo que es Mahagonny. El miércoles, España había sido noticia en Europa por la huelga, un paro de medio pelo al final, y el jueves, la ópera anticapitalista del Real se retransmitía en directo para salas de cine de quince ciudades del Viejo Continente.

Escrita en los años treinta del siglo pasado, Ascenso y caída de la ciudad de Mahagonny es una obra premonitoria sobre la codicia, el egoísmo y la corrupción. Todo está permitido en esa mítica ciudad del pelotazo, situada en algún lugar del Oeste americano. El único crimen allí es no tener dinero, y la pena de muerte es su castigo. El dinero es la causa de la crisis, en la ciudad de Mahagonny y en el planeta que conocemos. Se vota a los politicos confiando en que su gestión ordene el mundo y lo haga más justo, pero nada está haciendo la democracia del siglo XXI en contra de la dictadura del dinero, de la supremacía de lo económico sobre lo político.

La huelga del pasado miércoles fue como dispararle petardos a la Luna. Sólo un apocalíptico huracán hubiera podido acabar con el imperio del mal de la ciudad de Mahagonny. Sólo algunas revoluciones sociales, por supuesto violentas, han puesto en jaque a los poderosos a lo largo de la historia, aunque a la larga no hayan servido de gran cosa. Como somos más educados, ahora se organizan huelgas sencillas contra el poder político, cada vez menos poder. El mal habita en las arcas sin fondo de los financieros depredadores, que dentro de nada se convertirán en los propietarios de los países endeudados que no podrán pagar la hipoteca mensual, como cualquier parado.

La huelga fue útil al menos para ahorrar energía y disminuyó también los índices de contaminación, al reducirse el transporte. Al final, lo que pretendía ser un acto de protesta en contra del Gobierno acabó en evento ecológico, que tampoco está nada mal. El montaje de Mahagonny por la Fura del Baus parte del concepto de «residuos humanos» inventado por Zygmunt Bauman: cada uno de nosotros genera diariamente tres kilos de basura. Así, el escenario del Real se convierte en un enorme estercolero, con el personal comiendo en abrevaderos, como los caballos, y copulando compulsivamente, sin olvidar esa rítmica fellatio interpretada por una docena de parejas.

Como no hay ética sin estética, o eso dicen los entendidos, el colofón de la huelga, en la Puerta del Sol de Madrid, debiera haber sido la proyección en directo de Mahagonny en una gran pantalla. O acabar los manifestantes ocupando el Teatro Real como antaño el Palacio de Invierno, pero sin manchar la tapicería, por favor. Para remover las conciencias sobre el colapso de nuestra incivil civilización, me parece más efectiva la ópera de Brecht que los discursos automatizados de los sindicalistas, parrafadas y modos de otro tiempo, aun llevando en el fondo toda la razón. Pancartas en la Puerta del Sol y en otras plazas de España, el pasado miércoles, y pancartas también en ese final estremecedor de Mahagonny. La ópera nihilista exhibe sus lemas: «Libertad para los ricos», «Amor en venta», «Por la valentía contra los indefensos», «Por el dinero». Y ese terrible estribillo de «nadie puede hacer nada por nadie». Cuento cruel, ha dicho Gerard Mortier, el nuevo director artístico del teatro, que no acaba con una respuesta sino con una pregunta. Sale uno del Real exhausto y desolado, con unos enormes deseos de hacer algo bueno por alguien. Lástima que no hubiera esa noche ningún pobre en la puerta.