El problema de las huelgas generales es que no se ganan por poco o se pierden por poco, tampoco se empatan. Se ganan o se pierden, a secas. Y cada ciudadano sabe, al margen de la guerra de cifras, cuándo ha sido un fracaso o un éxito. La del 29 S, en la medida en que no se ha ganado por goleada, se ha perdido. Observado con perspectiva el proceso que nos condujo a ella (y que nos está sacando de la misma), advierte uno que los peores ataques al sindicalismo, pese a su dureza, no han procedido de la derecha (que ha dicho, por otra parte, lo previsible), sino del paternalismo de la izquierda.

Al sindicalismo lo mata la condescendencia. En la medida en que no se revelen contra ella, los propios sindicatos se están administrando su veneno. Son más letales las palabras que te perdonan la vida, que las que intentan quitártela. De las que intentan quitártela te puedes defender, incluso con violencia, en defensa propia. De las que te la perdonan es difícil protegerse porque no hacen daño, no lo hacen a primera vista, pero son, en el largo plazo, las más perjudiciales. Lo saben muy bien los artistas en general: es preferible una crítica demoledora que una de medias tintas, donde sí, pero no. Si se escucha con atención el discurso de la mayoría de los tertulianos de izquierda, apelando a la necesidad de cuidar a los sindicatos, o recordando a la audiencia las muestras de responsabilidad de éstos a lo largo de los últimos años de nuestra historia, se tiene la impresión de que hablan de organizaciones infantiles, con muy buena voluntad pero ineficaces de cara a los fines que justifican su existencia.

Prestemos, pues, más atención a la condescendencia de Zapatero que a la agresividad de Esperanza Aguirre. Puede hacer más daño la primera que la segunda. Anuncié que a esta huelga se iba sin alegría, sin empuje, sin seguridad y así ha sido, por desgracia. No es necesario recurrir, para saber si ha fracaso o no, al consumo eléctrico. Donde se tenía que notar la electricidad no se notó. «Desigual y de escasa incidencia», dijo de ella, con piedad, el ministro de trabajo. Ya pasó, el problema ahora es el futuro. No se fíen ustedes de los paternalismos gubernamentales.