En 2003, un mes antes de las elecciones municipales, se inauguró el flamante Museo de Historia de Valencia (MHV). Ya nadie lo recuerda pero en su momento fue el proyecto cultural estrella de nuestra ciudad. Durante poco tiempo, pero de forma muy intensa, no dejamos de oír cosas maravillosas sobre el MHV: «el mejor Museo de Valencia, uno de los mejores museos de Europa», «un centro de referencia para la cultura valenciana», «una nueva forma de entender la historia». Resulta difícil hacer una estimación de la inversión total realizada en este magno proyecto, pero deberíamos sumar el gasto de restauración del edificio donde se situó —un antiguo depósito de aguas sito en Mislata—, las obras de construcción de las dependencias anexas, el proyecto museográfico, la instalación museográfica, el coste de seguridad y mantenimiento... Estamos hablando, posiblemente, de la instalación cultural municipal más cara de los últimos veinte años. Desgraciadamente las palabras empleadas para promocionarlo, y el dinero gastado en su montaje, no han estado a la altura de la realidad.

Las obras de restauración y acomodación del museo fueron tan deficientes que sería una locura intentar contar todos los problemas de goteras, filtraciones de agua, inadecuación de instalaciones —incluido el peligro de derrumbe parcial en la fachada principal— que el edificio sufre pero, sin embargo, no puedo dejar de mencionar mi favorito: la rampa de descarga. La rampa de descarga de obras en el Museo de Historia nunca ha sido (ni podrá ser) utilizada para tal propósito: el arquitecto olvidó que la inclinación de bajada es excesiva, que no hay posibilidad de giro en la parte inferior, y ¡ay! que en el caso de que un hipotético camión de descarga quisiera aventurarse a un hipotético descenso la escasa altura de la puerta de entrada no lo permitiría. Un disparate que fue aceptado sin rechistar... porque después de todo, ¿qué se puede hacer frente a tal fatalidad? La rampa es utilizada actualmente, de forma bastante pragmática, como almacén.

Uno de los puntos fuertes del museo, tal como fue creado por la empresa encargada del proyecto y del montaje museográfico, la sevillana GPD, fue el uso masivo de tecnologías de la información. Hasta veinticuatro puntos tecnológicos se reparten por el museo, incluyendo doce recreaciones temporales y cuatro máquinas del tiempo. La idea de GPD fue ambiciosa y el resultado satisfactorio, pero desgraciadamente nadie tuvo en cuenta dos factores fundamentales: el grado de obsolescencia y el coste de mantenimiento de los productos tecnológicos. No hubo ninguna previsión financiera de cuál sería el gasto a medio y largo plazo del modelo de museo elegido. El resultado, tal como se preveía, ha sido el caos y desastre. Desde 2003 hasta el día de hoy, ninguna vez han funcionado complemente todos los puntos tecnológicos; incluso —y de forma lamentable— durante casi dos años 16 de los 24 puntos tecnológicos del museo han estado permanentemente fuera de servicio provocando una multitud de quejas entre los desconcertados visitantes. ¿Es posible que no existiera planificación financiera alguna?, se preguntará el sorprendido lector... No sólo es posible, sino que desgraciadamente es una práctica habitual en nuestra administración local. Ninguno de los museos municipales tiene una asignación presupuestaria independiente lo que significa, entre otras muchas cosas, que no existe una política adecuada de planificación de exposiciones o de actividades didácticas.

No es de extrañar, por tanto, que el MHV no se haya convertido en el referente museístico valenciano que hubiera podido ser. En realidad, no tuvo ninguna posibilidad de ser lo que prometía: fue un proyecto muerto antes de ser inaugurado. La localización del Museo en el extrarradio de la ciudad, alejado de las rutas turísticas céntricas, alejado de una posible triangulación con el IVAM y con el Museo de Bellas Artes ha sido un factor insuperable. En su momento, se intentó explicar esta irracional localización con una posible conexión con el Parque de Cabecera, pero hoy día, con los datos de visitantes en la mano y con el definitivo aislamiento del museo mediante un polémico edificio de treinta alturas sobre el solar que lo comunicaba con el Parque, la constatación del gravísimo error es evidente.

Si usted no conoce el Museo de Historia de Valencia (y es muy probable que eso ocurra), es un buen momento para descubrirlo... y, también, para reflexionar, mientras se encuentra dentro de las salas de este impresionante edificio, sobre «cómo no planificar, no localizar y no gestionar un museo».