El modo en que la Administración Pública aplica la inevitable política de recorte resulta cada día más desconcertante. Un extraño virus anida en el cerebro de los políticos que les impide fondear en los territorios de la memoria. No aprenden de la historia. Sólo les importa el presente. Sólo así puede entenderse el irritante aplomo y la soltura que emplean en el manejo de las tijeras para mutilar las secciones del presupuesto destinadas a la inversión educativa y a la investigación, únicos desembolsos que garantizan ahora el imprescindible valor añadido que se necesita en un mundo tan globalizado para horadar los cada vez más pétreos, impermeables y atiborrados mercados.

Cuando el grito que reclama la implantación de un nuevo sistema productivo que nos haga menos vulnerables a las crisis cíclicas de la economía es ya unánime, y justo cuando los expertos de uno y otro signo convergen en la exigencia de mejorar los conocimientos técnicos, humanísticos y profesionales de las nuevas generaciones de valencianos que abandonan las aulas, llegan los responsables de la Conselleria de Sanidad y deciden reducir un 40% más el ya menguado presupuesto de investigación del centro Príncipe Felipe, la mayor apuesta científica lanzada hasta ahora por la Generalitat. Que el recorte se haya aplicado con carácter retroactivo, con la mayoría de los fondos de 2009 ya gastados, añade más surrealismo a una medida que remite a lo más hondo del auténtico debate identitario: ¿quiénes somos los valencianos?, ¿adónde vamos? y ¿qué queremos?