Se ha echado de menos una reflexión a fondo. Hablo de las pasadas primarias socialistas para la alcaldía de Valencia. Se apreció en los aspirantes formas personales sólidas y complementarias. Mata dio la impresión de un tipo duro y firme que sin duda conecta con una de las formas de ser valenciano, la más extrovertida y afilada. Calabuig se definió solvente y discreto, y sin duda lo parece. Ahora, los dos deberían formar un buen equipo. Si el PSPV quiere presentar alguna opción sólida, debería mostrar la capacidad de integración, no cerrar en falso las primarias, como en el caso de Alarte y Asunción. No apostar por un presidencialismo, terreno en el que Rita podría ser imbatible, sino por equipos amplios y capaces, con presencias plurales, complementarias, dispuestas a conectar con realidades, intereses y puntos de vista complejos. Sin duda, el futuro dependerá de este talento integrador. Es el discreto efecto del carisma democrático, tan difícil de construir en este país más allá de su ejemplo más perfecto, el Barça CF.

Pero en estas primarias, lo repito, se ha echado de menos una reflexión a fondo sobre Valencia y su futuro. Uno no ve a Rita en esas tareas de pensamiento, por lo que, al no frecuentar estos terrenos, el PSPV pierde uno de sus lugares sociales diferenciadores. No basta con recordar que Valencia ha vivido durante veinte años de los viejos proyectos socialistas. La mayoría del electorado no sabe de qué va esto. Llegado el momento, lo decisivo será convencer al electorado de la capacidad que se tiene para diseñar la Valencia de los próximos veinte años. A este respecto, ha sido sintomática la forma en que se ha recibido la noticia de la llegada del AVE. Unos esgrimen que es el gran mérito del PSOE, del Gobierno central. Otros, que no es un éxito porque llega demasiado tarde. Nadie parece pensar la realidad. Nadie traza planes y previsiones acerca de cómo va a transformar la vida de la ciudad, lo que puede significar desde el punto de vista de su lugar estratégico en el ámbito peninsular.

Valencia no puede encontrar su camino propio sin mirar a Barcelona y a Madrid. Durante mucho tiempo, las elites políticas valencianas pensaron que las dos cosas a la vez eran inviables. En el fondo, el mal del tiempo, esa enfermedad incapaz de reconciliarse con el pasado, que no sabe ver que la historia no es ni puro azar ni pura violencia. Hacia el norte corre nuestro comercio. Hacia el centro y desde el centro podrán transitar doce millones de personas. Una ciudad productiva —con dos importantes universidades— y una ciudad turística, quizá sea un futuro ordenado para los valencianos. No lanzar la una contra la otra, como ha hecho la producción urbanística, es vital. Mientras tanto, Madrid es un gran foco de producción de cultura porque ha sabido separar las instituciones culturales del botín político. Valencia lleva décadas degradando sus instituciones culturales —a excepción de las musicales, quizá en el otro extremo— para ponerlas a la altura del reparto político local, hasta límites de monopolio y de agonía. Sin instituciones solventes, no se podrá ser una capital cultural. Sin cultura, no habrá turismo de futuro.

Sin nada de esto, Valencia no tendrá una marca prestigiosa y estable, esa que ninguna ruidosa carrera de coches invisibles podrá darle. Si fuera verdad que Valencia ha vivido de los planes socialistas, la única forma de demostrarlo sería jugar de nuevo al largo plazo, desde una reflexión geoestratégica a fondo. Y eso es lo que he echado de menos y lo que espero tras estas primarias.