El PPCV mejorará los resultados de 2007 en las autonómicas de mayo. Lo ha dejado dicho Rafael Blasco, cuyas dotes de «brujo electoral» son ya legendarias. Sus prospecciones no han fallado en las últimas citas electorales. Quizá algún diputado se le ha rebelado y le ha producido un baile insospechado de cifras, una mera distorsión sin importancia. La conclusión apenas se ha desviado.

Los mismos datos ha de manejar Rajoy. Sus ambigüedades respecto a Camps –bajo los focos, no en privado– se han transformado en una demoledora defensa a ultranza: el actual presidente de la Generalitat será el candidato del PPCV, repite una y otra vez el gallego, sin oscuridades ni apostillas. Más dudas recolectaba Cospedal, entregada hoy a entonar el mismo estribillo que interpreta su jefe. Las encuestas. No hay duda. Renuevan los ánimos o salpican de desolación el patio político, afianzan a los dirigentes o los hunden. Un político es una persona pegada a una encuesta. Se gobierna el BOE o el DOGV, en ocasiones, a través de los sondeos. Muchas de las decisiones de Camps, Rajoy o Zapatero se cimentan en esos productos del mercado sociológico. Ninguna novedad bajo el sol y las estrellas.

La novedad está en la organización del postcampismo. La evidencia de que Camps se presentará a las elecciones no parece hoy objetable. El presidente acudirá a las urnas arrastrando sobre sus espaldas las cargas judiciales. Pasado el pormenor –pues de eso se trata, de una minucia, dado que sondeos y gurús subrayan la aplastante supremacía–, Camps parece haber diseñado ya su posible salida a partir de ese paréntesis que va de los comicios autonómicos a las elecciones generales. Hace unos meses, su dedo apuntó a Paula Sánchez de León, virtual e inmaculado relevo. Es evidente que la renuncia de Camps la habilita Rajoy, que se juega su propio pellejo político y desea volar libre, al margen de erosiones judiciales, financiaciones ilegales y demás turbiedades impropias de su dorado destino: la Moncloa. El pacto político entre Rajoy y Camps se afianza en esa misión común pero también en la admisión tácita de los tiempos políticos. En los asuntos políticos, los tiempos obran vida o la siegan. Poca broma. Rajoy encararía las generales sin Camps y Camps se vería «redimido» en las urnas expiatorias. La idea del PP de Madrid y del PP valenciano coincide y transita sobre esos escenarios. Unos escenarios nunca uniformes: la actualidad los suele agrietar. Y la «actualidad» aquí –y en ese apartado en cuestión– se llama TSJCV o José Flors. El tribunal valenciano trabaja en una línea de sombra de difícil predicción política. Es la única casilla que todavía no le cuadra al PP. Dejemos ahora los improvisados conciliábulos dedicados a organizar el postcampismo, que los hay. Se apagan al igual que nacen. Y de algo han de hablar los políticos. ¿Qué mejor que del Gobierno?