Hace tiempo que entiendo poco a Canal 9. No entiendo por qué nos cuesta tanto dinero a los valencianos cuando la mayoría está insatisfecha por su programación. He de reconocer que de vez en cuando pasan alguna buena película y la serie L´Alqueria Blanca, donde los actores valencianos dan lo mejor de sí mismos. ¡Ojalá se dieran más oportunidades a los artistas de todos los ámbitos! Pero sobre todo no entiendo por qué en un programa de debate político tiene que haber como moderadora una periodista de madrileñismo rotundo, conocida por su crispación y afín a una derecha obcecada, que creo que se llama Isabel Durán. ¿No hay periodistas en toda la Comunitat Valenciana? No entiendo nada, conozco a muy buenos profesionales que sabrían llevar un programa de ese estilo con dignidad y mayor rigor e imparcialidad.

Estaba yo pensando en algo que tampoco entendía, cuando Jesús Civera escribe un artículo sobre ello: el auditorio del MuVIM. No entiendo ese capricho de construcciones en épocas de endeudamiento excesivo, en un espacio histórico en donde se podría compaginar las ruinas con un jardín apropiado —«Valencia tierra de flores». Por lo visto, el nuevo director por lo que realmente siente pasión es por Blasco Ibáñez. No entiendo por qué en nuestra ciudad cuando la derecha quiere ser avanzada menta a Blasco Ibáñez; bueno, también algún castellano viejo reverencia a Azaña… ¡Los pobres! ¿Si levantaran la cabeza lo entenderían ellos?

No entiendo a aquellos políticos que van con coches oficiales a fiestas u obligaciones particulares y utilizan teléfonos móviles para uso personal. No entiendo la prepotencia de algunos políticos a los que ni la crisis lacerante que vivimos amilana sus humos y pisan las calles, séquito incluido, perdonando la vida. Me gusta mucho la Ciudad de las Artes y las Ciencias, pero no entiendo el porqué del Ágora, un edificio consistente, sí, pero ¿qué misión cumple? Pegado al Oceanográfico y al puente, ahogando el espacio, estropeando el bonito entorno dejándolo enforfoguit.

Tampoco entiendo las equivocaciones del señor Calatrava, como goteras o falta de visibilidad en el Palau Reina Sofía… y que siempre haya que pagar por ellas. Pero él es un genio y yo, pobre mortal, no entiendo nada. No entiendo que por ser vos quien sois se le permite en el antiguo edificio de bomberos, situado en la plaza de la Virgen, construir a placer con una volumetría a simple vista superior a la que había, pese a tratarse de un entorno donde el riguroso respeto al mismo es la norma.

Pasó la huelga. Una huelga en donde nadie ha vencido y donde todos, a mi manera de ver, han perdido. No entiendo a los piquetes cuestionados por actuar en la difusa frontera entre la información y la coacción. Ni tampoco a algunos empresarios sobre los que se cierne la duda de haber puesto a los trabajadores en la disyuntiva entre hacer la huelga o el despido. ¿Dónde está esa libertad por la que tanto hemos luchado? Sobre todo, no entiendo a su presidente Díaz Ferran, un empresario que ha llevado sus empresas por un camino sospechoso e incierto: a poco que reparo en lo que dice, se me nubla el pensamiento. No entiendo a los sindicatos ni al Gobierno. No entiendo por qué no se negocia sin querer tener siempre la razón. Machado dice algo así: «¿La verdad? Vamos juntos a buscarla, la tuya, guárdatela». Y yo tengo setenta años y ya no me callo.