Algunas películas de Hollywood o escenas de nuestros pintores clásicos han representado ángeles suspendidos en el cielo, sobre una nube, mientras observan desde lo alto lo que hacemos los seres humanos aquí en la Tierra. Las creencias son libres y hay quien cree y quien no cree en la existencia de los ángeles. Realmente si nos dejamos llevar por los estereotipos creados por la pintura o el séptimo arte, no parece que la cosa sea muy creíble. Pero sí, sí hay ángeles en el cielo. Hay materia con sentimientos puros que circula suspendida por el aire, y que llega allí cuando algunos seres vivos, muy pocos, deciden dejar nuestro mundo y pasar a formar parte de la atmósfera porque les gusta más estar allí. San Agustín nos dice «Angelus officii nomen est, non naturae» y el oficio de los ángeles es estar ahí entre las nubes, ayudando a superar el duro trago de su desaparición corpórea a las que se quedan. Desde el pasado viernes hay un nuevo ángel en nuestro cielo, un ser extraordinario, que sólo sabía ser bueno. En cierta ocasión me dijo: «tío, yo quiero estudiar eso de las nubes». Nunca pudo llevarlo a cabo. Sus pulmones no resistieron. Apenas veinte años entre nosotros. Pero ahora sé que está arriba, en el cielo, circulando en el aire. Sobre una nube.