Desde hace 64 años la sede de nuestra entidad, el Centre Excursionista de València, ha estado en la Ciutat Vella, casi siempre en lo que denominamos barri del Carme, huyendo de su ruina, hasta que recalamos en 1995 en la actual, al lado del Mercado de Mossen Sorell, un edificio protegido, rehabilitado con nuestro esfuerzo y el compromiso con las hipotecas bancarias.

Miles de valencianos pasan cada año por nuestra casa buscando actividades y formación en la Naturaleza. Vienen aquí, al barrio del Carmen, y diluyen, como ocurre con muchas otras sociedades no lucrativas, los restos de la miseria y abandono que fueron su seña de identidad durante el pasado siglo. Generamos además puestos de trabajo y voluntariado, todo desde el corazón de la ciudad de Valencia.

Nuestro entorno continúa degradado. Las unidades de actuación urbanísticas que nos afectan duermen el sueño de los justos desde principios de la década de los ochenta del pasado siglo; los coches invaden la amplia plaza destinada a jardín; los gorrillas asaltan y campan por sus respetos; la basura se acumula en solares vecinos, escondida tras andamios permanentes para justificar actividad rehabilitadora desde hace años, cuando no para evitar el desprendimiento de fachadas; los cajeros de los bancos próximos dejan de funcionar a cierta hora por si acaso; pero resulta que el verdadero problema, el que exige solución según algunos, es el ruido del ocio, la necesidad perentoria de trazar unas líneas con que distinguir lo acústicamente saturado del resto insaturado. Dice una encuesta reciente de la oposición municipal que es la preocupación que ocupa nada menos que el noveno lugar entre las de los vecinos de Ciutat Vella.

En esa cruzada de una asociación que hace profesión de amistad con nuestro barrio contra el decibelio impune, no estamos la mayoría, ni como vecinos ni como usuarios de sus servicios, sean estos socioculturales o meros comercios, con especial cabreo de los que se dedican a la hostelería del ocio. En primer lugar porque hay temas de mayor calado que a alguno de estos militantes del sonómetro no han interesado nunca. Que se trata de un clamor popular es una patraña interesada que este grupo, que se arroga representar a vecinos y entidades del Carme, maquina desde hace años como objeto social único con el objetivo de atosigar a la corporación municipal, que —extrañamente– le presta una atención especial por su insistencia machacona, a sabiendas de que detrás se encuentran elementos activos de partidos que ya no acceden al consistorio en las elecciones por repetidos errores de cálculo y pragmática sectaria, ahora descendidos a los infiernos de un extraño asociacionismo vecinal monotemático.

En segundo término, resulta evidente que cuando algunos de ellos adquirieron sus viviendas, hace años, en el entorno inmediato que se quiere silenciar, sabían cómo era el Carmen, cuál era su infraestructura socioeconómica, turística, el trasiego de gente existente, las molestias adicionales que comportaba. Pero lo del ruido había funcionado como estrategia política en otros sitios, todos estamos en contra del ruido indiscriminado, incluso si no lo sufrimos demasiado, pero apechugar con los déficits urbanísticos, la suciedad, el pillaje, la invasión del metal de los coches por aceras y calzadas, exige intervenciones ciudadanas más complejas y menos gratificantes en el corto plazo.

Lo que esta especie de funcionarios preocupados por prevenir nuestra futura sordera y conseguir un sueño más feliz para todos, no saben, o si lo saben callan, es que en lugar de ordenar los despropósitos que acontezcan, invocar el cumplimiento de las normativas o colaborar en hacerlas eficaces con un análisis de los numerosos intereses que se entrecruzan en el barrio, van a conseguir una verdadera rebelión de los que les gustaría representar alguna vez por una u otra vía.

Si consideran que las quejas de la hostelería son obligadas por las prohibiciones que se impondrán a la existente, por la limitación, en una economía de libre mercado, sí, de nuevas actividades comerciales, cívicas o festivas, fallas incluidas —al tanto—, deberían contrastar mejor sus intenciones, pensar si el prohibicionismo es la mejor vía. La ley seca, la prostitución y el mercado de la droga, tabaco incluido, dan buena muestra de que los problemas se exportan o recaen en el tiempo. ¿Alguien está esperando un traslado en masa del ocio del Carmen a una gran superficie temática donde Cristo perdió el gorro sin vecinos que importunar?

Lo que pensamos muchos es que este barrio es un sitio vivo, más que muchos otros, que necesita cuidados urgentes de otro tipo, cumplimiento de las normas, que el ruido se controla con medidas específicas, técnicas y de orden público. Existe el riesgo de que volvamos a las noches de los setenta, que nadie quiera o pueda invertir, que se cierren espacios de ocio lucrativos o no, que, poco a poco, regresen las sombras que todavía invaden hoy los barrios de La Seu, La Xerea y Velluters, o amplias zonas del mismo Carme que igual no pasean nunca estos «amigos», y —con ellas— el miedo, el abandono, la ruina anterior.

Si el Ayuntamiento tiene una obligación, ahora que se ve empujado a una decisión por la campaña de unos pocos, haría bien en consultar a todos los que nos veríamos afectados, que somos mayoría; a los vecinos, comerciantes y usuarios de El Carme, porque sólo con «sus amigos» va a tener muy pocos por estas latitudes municipales en poco tiempo, lo demás se lo dejaremos a la Ministra de Sanidad y su nueva Ley antitabaco.

¡Ah! No por hacer más pasillos administrativos o denunciar todo lo que se mueve se tiene la razón ni se representa nada ni a nadie, sigue siendo mucho ruido y pocas nueces, amic. Hará bien nuestro Ayuntamiento, si es que no quiere oir a los demás que no nos sentimos representados en la propuesta ZAS, en ir retirando de guías, webs, folletos y oficinas de turismo, toda la información sobre las bondades de nuestro barrio del Carmen, las que ofrece a propios y extraños para su ocio, no sea que en poco tiempo no lo encuentren ni mapa en mano.

President del Centre Excursionista de València.