Valencia, según su historia, tiene dos procesiones cívicas instituidas. Una vigente a celebrar cada año el 9 de octubre; y otra caída en olvido, a pesar de que oficialmente no conste su postergación, el 21 de noviembre. La razón de ambas es la misma: los musulmanes. También su finalidad religiosa: dar gracias a Dios. Difieren, en cambio, en el motivo de esta acción de gracias.

Porque, mientras de la primera consta ser el reconocimiento a la ayuda divina en la conquista de la ciudad, rescatándola del dominio islámico al que había estado sometida desde el siglo VIII e integrándola en el mundo cristiano de occidente; de la segunda fue conseguir la expulsión definitiva de las familias moriscas que, acogidas a la clemencia que mostró con ellas el Rey Conquistador, habían continuado en nuestra tierra. Pero sin abandonar sus costumbres y prácticas religiosas, a la vez que ofendiendo y profanando las nuestras.

La primera ha pasado a la historia con la denominación de «lo 9 d´Octubre» y luego «de la Senyera». Fue instituida por el rey Pedro I el Ceremonioso en 1338. Es decir, un siglo después de conquistada Valencia por el rey Jaime I constituyéndola nuevo reino dentro de la Corona de Aragón, pero totaliter aliter (totalmente otro distinto). Ya que fue ese tiempo el que se invirtió en dotarla de sus propias leyes (Els Furs), su gobierno (el Consell) y su moneda (el rial valencià). Dejando establecida para siempre esta procesión cívica precisamente el Consell de ese año,compuesto por els Jurats Joan Escrivá, Bernat Valldaura, Bertomeu Matoses, Nombert Clariana, Bernat Tapiols, Ramón Semboy, con el Justicia Criminal , Ramón Soler, y el Justicia Civil, Guillem Escrivá: «En recordacio de la felicissima entrada del sempre victorios Rey don Jaume de eterna memoria, que fonch en semblant día reduhida a la Fe santa de nostre Senyor Iesu Christ la present ciutat de Valencia de poder dels infels». Tengo entre mis manos un ejemplar de la «Crida de la processó y Festes del Glorios Bisbe y Martir Sent Dionis», editado en nuestra ciudad por el impresor Juan Bta. Marçal en 1638 celebrando el cuarto centenario del acontecimiento, donde consta literalmente lo dicho.

De la segunda procesión informa el ilustre Gaspar Escolano en su «Historia de la Insigne y Coronada Ciudad y Reino de Valencia» (1610), columnas 2001-2004: «El Consell de Valencia, para dexar eternizada la memoria de esta expulsión, determinó en el año 1610 que para siempre quedase la obligación de hacer una procesión a la parroquia de San Esteban el día de la Presentación de Ntra. Señora (21 Noviembre)… y se predicase la historia en la Iglesia Mayor (catedral) como se hace con la conquista del Reyno el día de San Dionisio». La primera de estas procesiones tuvo lugar en el año 1611, siendo su predicador el mismo Escolano como cronista oficial del Reino.

En ella no tomaba parte el Consell de la Ciutat. Sólo el cabildo catedralicio y los gremios con sus estandartes. Partía de la catedral y discurría por calles del Palau, Avellanas, Milagro, San Cristóbal y Libreros, deteniéndose en la Iglesia del Patriarca en memoria del Arzobispo Ribera que tanto trabajó por la inserción de los moriscos en la comunidad cristiana; para seguir y finalizar en la iglesia de San Esteban después de rendir homenaje a la Virgen de las Virtudes, en imagen que trajo consigo el Cid desde San Pedro de Cardeña (Burgos) y había donado a la que fue su parroquia en nuestra ciudad.

Esta procesión se mantuvo nada menos que 236 años, costeado todo su gasto por el Real Colegio Seminario de Corpus Christi, fundación del Patriarca y arzobispo Juan de Ribera. Pero advirtiendo en 1848 sus rectores que el Patriarca no había gravado expresamente las rentas de su fundación con la obligación de este pago, sino que fue asunto tratado como arzobispo en la sala capitular de la catedral, procedía en consecuencia que fuera atendido por el arzobispado. Advirtiendo que en lo sucesivo no correría por su cuenta. Pero ni el cabildo catedralicio ni el Ayuntamiento aceptaron costearlo, contribuyendo ambos a su desaparición.

Y sólo como testimonio quedó para la historia esta sencilla memoria, grabada en una lápida sobre los muros de la iglesia de San Esteban: « Reynando Philipe tercero Rey de las dos Españas y de las Indias, siendo Virrey en el Reynode Valencia don Luis Carrillo de Toledo, Marqués de Carazena, haciendo apretadas instancias para ello don Juan de Ribera Arzobispo de Valencia, todos los moriscos fueron echados del Reyno casi sin ningún ruido…»