E

n la actualidad, al finalizar la primera década del tercer milenio, se está llevando a cabo una fuerte campaña para que los ciudadanos -y ciudadanas- dejen de fumar. Hay consejos médicos muy acertados, aunque en las cajetillas hemos leído la advertencia de las autoridades sanitarias sobre los riesgos que supone el tabaco; pero... estas advertencias no hay que hacerlas en las etiquetas de los paquetes, es decir, cuando el consumidor ya ha adquirido la cajetilla, sino antes; como, por ejemplo, las campañas que lleva a cabo este periódico aconsejando los caminos para dejar esa costumbre -¡ojo!, que no le llamamos "vicio"-.

Se ha perdido prácticamente del todo las costumbre de liar los cigarrillos de picadura, es decir, de tabaco suelto; eran las hojas secas, trituradas, que el fumador colocaba en un pequeño papel fino, engomado en su límite, y que una vez enrollado se pegaba con la lengua, para luego encenderlo por una punta y aspirar el humo por la otra.

Este tabaco "picado" se elaboraba en la Tabacalera, y había quien conseguía grandes paquetes que ofrecía en rollos enormes. Recordamos a un ordenanza de una redacción de periódico que nos lo ofrecía -a quienes entonces aún éramos fumadores- y como no hablaba bien el castellano, nos decía: "Sus traigo tabaco de la Tabacalera". Y en broma le decíamos: "No es que hables mal; es que, en efecto, 'lo sustraes'".

Fueron famosos los librillos de este papel de fumar, con marcas como Abadie, o la valenciana Payá, o Smoking, los cuales, cuando estaban a punto de terminarse, avisaban al fumador, bien con un papel que decía: "Aviso: quedan cinco hojas", o incluso aparecía una hojita de color rojo que era el aviso. Hasta el llorado Miguel Delibes, en su comedia y novela referida a la tercera edad, puso el título de "La hoja roja", como indicativo de que se acerca el final. Se solía enrollar -o liar- el cigarrillo a mano; pero ya existían máquinas manuales, que aceptaban caer el suficiente tabaco, incluso mojaban el engomado del papel, y tirando de una parte del aparatito salía el pitillo hecho.

La pequeña punta del cigarrillo "liado" que quedaba tras fumarlo, normalmente era desechada; pero no faltaba algún necesitado que las recogía para con varias formar un nuevo cigarrillo con otro papel.

Aún recordamos una curiosa ocurrencia del prestigioso periodista Nicolás González Ruiz, quien en una crítica publicaba en el diario madrileño Ya señalaba que el último estreno del trío folclórico suponía un aprovechamiento, con pérdida de calidad, de sus propias obras anteriores; y escribió así, poco más o menos: "A Quintero, León y Quiroga les ocurre como a mí en los tiempos de escasez de la guerra civil, cuando con tres colillas me hacía un nuevo cigarrillo; nadie podía echarme nada en cara, porque las colillas eran mías; pero la verdad es".

Hoy prácticamente no se fuma ya tabaco "picado", porque la gran mayoría de adictos compran cajetillas con cigarrillos hasta emboquillados. Sin embargo, todavía hemos visto menesterosos que se acercan a una parada de autobús y, cuando los pasajeros van a subir al vehículo y arrojan al suelo el trozo de cigarrillo que estaban fumando, recogen los restos para, bien aprovechar y fumar si queda un trozo suficiente, bien para deshacerlo y, como antaño, "liar" un nuevo cigarrillo con tres o cuatro colillas.

Se asegura que es conveniente dejar de fumar; en muchos establecimientos públicos incluso se ha prohibido. Indudablemente, mejor dejarlo. Pero, tras el tabaco, hay una tradición que ahí está, para la Historia y, sobre todo, para "las historias" de nuestras generaciones.