Creo que Casement está tan cerca de ser un santo como pueda estarlo un humano», dijo E. D. Morel, el periodista que impulsó una campaña en Gran Bretaña y luego en todo el mundo civilizado contra la explotación, los crímenes y la devastación del Congo por parte de Leopoldo II. ¿Quién era este Roger Casement que ahora merece ser protagonista de la nueva novela de Vargas Llosa? Un irlandés, cónsul del Imperio Británico, que emitió el informe más revelador y contundente sobre el exterminio de congoleños, llevado a cabo por la Compañía del Congo, por orden de su único propietario, el Rey de los Belgas y Emperador del Congo.

Roger Casement acabaría fusilado, por colaborar en la independencia de Irlanda, cuando se le detuvo durante la I Guerra Mundial. Pero este hombre, funcionario del Imperio Británico, había hecho un trabajo tan honesto como irrebatible, que socavó los cimientos de la colonización y cristianización del Congo a manos de un déspota que provocó un genocidio de más de 10 millones de víctimas. El asesino sí tiene monumento.

Como cuenta Adam Hochschild en «El fantasma del rey Leopoldo» (Península/Atalaya), Casement abrió en 1900 el primer consulado en Congo y en 1903 se puso a hacer el informe de las condiciones reales, viajando a pie, por aquel territorio inhóspito, apenas explorado. Sus cartas a los funcionarios belgas, enérgicas y acusadoras. El informe se publicó en 1904, pero el rey Leopoldo, sus embajadores, espías y empresarios ya habían presionado al ministerio británico para pararlo. Entre él y Morel crearon la Asociación para la Reforma del Congo. Y la campaña no cesó hasta que el Gobierno belga reaccionó con reformas.

Roger, que escribía poesía, y artículos, se sintió atraído por el renacer celta y del gaélico, y por el nacionalismo irlandés. El cónsul llevaba un diario, y durante años escribía sus encuentros sexuales con hombres. Fue cónsul en Brasil y luego denunció la explotación de los mineros de Putumayo en Perú. Contra las multinacionales.

Casement fue amigo de Joseph Conrad y de Conan Doyle. Tras renunciar a su cargo en 1913, se dedicó a crear un ejército para liberar Irlanda, comprar armas, recoger fondos en EE UU, y en plena Guerra Mundial fue a Alemania y volvió en un submarino, para provocar un levantamiento. Lo apresaron y tenía papeles comprometedores. Lo juzgaron y condenaron.

Utilizaron la información de sus diarios para destruirle moralmente, como homosexual. Oscar Wilde había sido condenado en 1895; el general MacDonald se suicidó en París en 1903, y el suegro de Evelyn Waugh, lord Beauchamp, canciller de la Universidad de Londres, líder de los liberales en la cámara de los Lores, se exilió en Italia.

A pesar de las peticiones de Bernard Shaw y Conan Doyle y de las sociedades norteamericanas, Casement fue llevado al patíbulo el 3 de agosto de 1916. Ningún Gobierno británico ha intentado rehabilitarlo por su trabajo ejemplar como funcionario, y menos Irlanda por su condición de homosexual, a pesar de luchar por su independencia. Fue tres veces víctima y tres veces mártir. Por su anticolonialismo, su lucha por las libertades nacionales y por la condición de minoría oprimida homosexual. Él no tiene monumentos en Irlanda, el Congo o Perú, y menos en Inglaterra o en Bélgica.

El Nobel va por Casement, Morel y George C. Williams, adalides de la libertad.