Previo a ponerse a bailar con Rita por la llegada del ave a Valencia, Camps se presentó el día anterior por sorpresa en las fiestas de Benejúzar. La agenda presidencial descartó la parada de las Fuerzas Armadas en la Castellana e incluso el homenaje a la Guardia Civil en Valencia con desfile en el puerto para, en su lugar, compartir con atuendo campestre la romería del Pilar. La gente se quedaba de piedra. «¿Éste no es...?» A veces cuesta situar las caras y mucho más la de una primera autoridad mezclada entre los vecinos sin previo aviso. Ojalá que esta práctica se hubiera perpetuado en la natural desde el principio de los tiempos y no por lo que se produce. El molt se ha trastocado en una aparición. Al cielo le pedimos que se preocupe de nosotros, aunque nunca nos haya abandonado, vino a decir. Pero es que, hasta con palabras blancas de ese tenor, remite sin querer a cómo deben estar allá arriba con la que hay armada en torno a la visita de su representante en la Tierra. Es imposible escapar de uno mismo por mucho que se intente. La nueva fórmula consiste en acudir allá donde no se le espera para pillar desarmado y cautivo al ejército informativo. La sensación de desbarajuste con la que se nos contempla desde fuera rebasa fronteras. El desquicie es de consideración. Y puede que más ahora que Súperblasco ha de guarecerse, precupándose en primer término de lo suyo. Lo suyo, la Conselleria de Solidaridad y Ciudadanía, que, cuando le tocó en el reparto, más de uno pensó que quedaba marginado, lo cual no se correspondía con su peso en la organización. Con las revelaciones actuales, el reparto aquél encaja en el esquema. Blasco sabe dónde no interesa tener el foco en cada instante. Es un experto. Camps es otra historia. Por desgracia para él, se le ve venir. Como les ocurrió a los romeros que, al encontráselo encima, lo invitaron y Camps no se privó de probar ni el conejo frito. Aunque lo que le tire sea sacarlos de la chistera.