En estos momentos, en unas habitaciones de Hollywood y Nueva York, una docena de personas trabajan sobre el formato de lo que será el guión de una película espectacular, que es casi seguro que se titulará «Undergroud miners» o cualquier locución parecida, y que puede que tenga un gran éxito. Será difícil que consiga más de los mil millones de telespectadores que logró la televisión, pero levantará la expectación consecuente con la gran campaña de publicidad previa basada en el hecho real.

Más de una vez he escrito que Homero no se inventó casi nada, y que Polifemo, y las sirenas, y Circe, siempre han existido en el Mediterráneo, porque basta hablar con un pescador turco o griego para comenzar a tener la sospecha. Otrosí: Esquilo, Eurípides y Sófocles no se inventaron absolutamente nada porque hacía mucho tiempo que las madres mataban a los hijos para enfadar a los maridos, y los hijos mataban a los padres, y las madres se acostaban con los hijos y, en fin, sucedían esas cosas que llamamos tragedias, porque les dio por contarlas de una manera épica y bella a unos autores, que no lo son, sino recreadores de la realidad.

Los que nos dedicamos, de vez en cuando, a inventar historias, que después llamamos cuentos o novelas, no inventamos nada, sino que intentamos hacer una crónica aproximada de lo que está sucediendo en nuestro pueblo o en el pueblo de al lado. En estos momentos, en una oficina de reparto —«casting» para los pijos— alguien repasa fotografías para saber quién dará el tipo de protagonista de la historia de los mineros que iban camino de la muerte y salieron a la superficie. Y puede que ya exista un compositor que ensaye sobre el piano las notas que luego se convertirán en un poema sinfónico que irá acompañando las secuencias de terror, de miedo, de esperanza y de felicidad. Ya lo supimos en las Torres Gemelas, pero con lo de Chile viene una segunda y definitiva cura de humildad, que nos indica que un narrador siempre es un tipo que nunca superará a la realidad, que nunca podrá imaginar más allá de lo que urde la vida.