Somos muchas y muchos los que reclamamos la necesidad de recuperar la repulsa pública como barrera profiláctica ante el escandaloso avance de la corrupción política en nuestra comunidad y especialmente ante quienes la protagonizan desde la impunidad. Una necesidad que se hace imperiosa cuando Rafael Blasco vuelve al centro de la polémica, esta vez por la «presunta» adjudicación irregular de subvenciones a ONG y fundaciones.

Blasco se desliza por los comedores más exclusivos de la ciudad, con la banda sonora de fondo de la sinfonía de eufemismos con la que sus palmeros insisten en obsequiarle: político hábil, en lugar de presunto corrupto impune; gran estratega, en lugar de conspirador; gran político, en lugar de fontanero. La mayoría de quienes afirman esto, aunque digan lo contrario, no le temen, sólo se justifican mientras Blasco reparte dividendos acrecentando su fama de conseguidor.

Blasco, acostumbrado a venderse siempre al mejor postor, hace décadas que debió haber abandonado la política por la única de las dos puertas de la que sus amos se atrevieron a darle llave: la de atrás. Aspirante eterno a la Vicepresidencia, y siempre rodeado de un buen número de ex socialistas resentidos y de miembros de la peculiar galería de los horrores de la corrupción valenciana, jamás ha sido para los suyos más que el ATC de las miserias del PP.

Su adicción a la mentira y su íntima convicción de que no hay escándalo político que no se pueda solucionar en la mesa de un reservado con un menú al gusto del invitado, han alimentado su creencia de que no hay verdad ni curriculum de escultor que no pueda ser manipulado.

El problema es que Blasco cree que la impunidad que ha disfrutado hasta hoy también le asistirá en este trance. Pero esta vez no será así. De entre su propia clientela y, sin duda, de su propia conselleria han debido salir las evidencias que la prensa relata. Suya es la rúbrica que figura en el expediente.

Y por cierto, denunciar ante un fiscal las irregularidades que rodean la gestión de Rafael Blasco no es conspirar contra él, es sencillamente el ejercicio de una cualidad de ciudadanía de la que, el otrora imputado por el caso Calpe, alardea de carecer: la decencia.

Si nadie lo evita, más pronto que tarde, el conseller Blasco volverá a servir platos en los reservados de lujo de la ciudad a aquellos a quienes preocupa más mantener abierto su negocio que cerrado su estómago. Los ingredientes del menú: agua y alimentos de Nicaragua. Esta vez, quizás se les atragante.