Me identifico mucho con ese hombre que siguiendo las instrucciones del GPS acabó en un pantano. El GPS es un segundo yo, un yo más profundo que el que mostramos a los demás, pero un yo al fin y al cabo. Por eso, lo primero que tienes que hacer al adquirirlo es elegir la voz con la que deseas que te hable. Hay quien elige una voz profunda, oscura, insondable, remota, para hacerse la ilusión de que es Dios quien guía sus pasos al indicarle que gire a la derecha o a la izquierda. Hay quien prefiere una voz sibilina, hermética, furtiva, la voz de Satanás, en fin, perfecta para los que salen todos los días por la noche (¿qué culpa tienes tú si es el diablo quien te arrastra?). Yo, en mi primer GPS, elegí una voz de mujer perteneciente, según el aparato, a una tal Marta. Así se llamaba también una de mis primeras novias, una chica con la que me identifiqué de tal modo que llegué a convertirme en ella. Mi yo más íntimo es femenino y se llama Marta. Me hacía ilusión, en fin, que fuera ella la que me indicara por dónde ir al cine. Y me conducía bien, aunque con cierta tendencia a revisitar calles y barrios antiguos, de los que creía haber huido.

Hace un año, harto de ir todos los días, por culpa de Marta, a la casa de mis padres, fallecidos los dos, cambié la voz del GPS, eligiendo la de un individuo que, según las instrucciones, se llamaba Alberto. Este Alberto tiene un timbre de voz muy joven, muy seguro de sí. No duda ni un instante. Cuando dice que se va por aquí, se va por aquí. Se equivoca de vez en cuando, claro, pero rectifica con tal naturalidad que da la impresión de que el que se ha equivocado he sido yo. «Dé la vuelta cuando le sea posible», dice, y santas pascuas.

En cualquier caso, prefiero atribuir los errores de navegación a mi torpeza que a la de Alberto, ya que éste representa el único de mis «yos» personales con un poco de seguridad. Quiere decirse que si mi yo superficial hubiera sido como el de Alberto, otro gallo me cantara. Por eso mismo, si Alberto me dice que vaya por aquí, voy por aquí; si por allá, por allá; si por acullá, por acullá. Cuando mi mujer me pregunta por qué damos un rodeo tan grande para volver a casa, le digo que porque lo ha dicho Alberto y punto. Ella también confía más en él que en mí.