Recientemente, el vasto y variado lenguaje del fútbol se ha enriquecido con vocablos no usados hasta ahora, que provienen, en algún caso, de la psiquiatría y el psicoanálisis. Ha aumentado el nivel de los conocimientos, aunque permanecen los giros, las frases, las palabras y las expresiones más creativas de la última década.

Matías Prats, padre, descollaba por su lenguaje y la dicción —en su época, los periodistas de fútbol poseían la cultura del bachiller de Letras. Acuñó locuciones tan brillantes como «acaba de recibir un balonazo en el plexo solar» (entre el ombligo y el corazón); o «reconocerán al delantero Smith por la escasez de frondosidad pilosa en su cabeza» (era calvo).

Hoy, el lenguaje es rutinario y de trasvase, contaminado. A menudo, se aplica el mismo, o similar, de otros deportes al fútbol. La «línea de tres cuartos» (rugby); la «bola» (tenis); la «asistencia» (baloncesto), antes pase; «golpeo» (jerga argentina de Jorge Valdano), en vez de «chuta», que viene de chut; el «portero saca una mano» (parada) o la «contra» (contraataque en la literatura clásica del fútbol).

No vamos a rogarles a los periodistas del fútbol que corrijan sus hábitos, ni mucho menos que regresen al lenguaje de Matías Prats, más preciso y culto que el de 2010. Ya lo intentó Lázaro Carreter en su libro «El dardo en la palabra» (1998). Todo continuó igual.

Nos causa morbo leer los periódicos de fútbol y escuchar los programas radiofónicos. Los de Madrid son inaguantables: unas cuantas estrellas idiotas tan graciosas como Chiquito de la Calzada. Y también leer los «editoriales» de los directores de los periódicos de la Villa y Corte. Y a columnistas como el ex jugador Sanchis.

El mandamás de Marca destaca porque adereza sus exordios con algunas citas cultas sólo comprensibles por los aficionados, futbolistas y directivos muy instruidos. Verbigracia: «Sangre, sudor y lágrimas» (el Real Madrid no despega), «Labor omnia vincit» (sus jugadores deben sudar más la camiseta), o «No es eso, no es eso» (Mourinho se equivoca en sus alineaciones). He aquí una excepción que honra al periodismo futbolero. Este director aevidencia que ha leído a Winston Churchill, sabe algo de latín, y conoce la obra completa de Ortega y Gasset, y más concretamente su discurso de diciembre de 1931, «Rectificación de la República».

Última hora: hemos detectado que la cultura de la psiquiatría y el psicoanálisis está empapando ya al cosmos futbolístico.

El asunto se inició como si nada, con poco ruido y una notable discreción.

En la televisión, los periódicos y las radios advirtieron que David Villa no marcaba tantos goles como el año pasado a causa de la «ansiedad».

Rápidamente, el vocablo «ansiedad» se adueñó del espacio radioeléctrico y de tinta. Señoras y señores, ahora mismo no saben ustedes nada de fútbol si ignoran que la «ansiedad» se ha apoderado no sólo de Villa y otros delanteros, sino también de los defensas, la «línea de tres cuartos» y el utillero.

La ansiedad es la consecuencia de «la angustia, una manifestación de la libido narcisista, que consiste en la preparación para la acción defensiva —preparación angustiosa— o apronte ante el peligro». (Doctor Otto Beckenbauer). Y no la curan ni 20 ni 30 millones de euros anuales. Un drama.