Más de mil millones de espectadores en todo el mundo. Más de dos mil periodistas con la pegatina de acreditación. Miles de reporteros peleándose por encontrar el mejor cerro desde el que tener la mejor vista de la bocamina ocasional, algo parecido al útero con que los analistas han comparado la abertura de la que salían los 33 mineros chilenos atrapados bajo tierra en la mina San José de Acatama en un cuentagotas asombroso que iba pasmando al mundo. Desde el primer momento, desde que la cápsula inició desde la superficie la bajada a las tripas de la montaña, en las televisiones se iba gestando el gran espectáculo. Los planos generales que hemos ido viendo de los artilugios mecánicos, de los adelantos tecnológicos, que no de las acciones milagreras de ningún dios de repente benévolo, nos mostraban también la creación en paralelo del circo en que se convirtió el rescate. Los mineros ya son, por obra y gracia de la gran hazaña, unos héroes. De ellos conocemos casi todo. Casi todo, porque para conocer el resto se ha montado la subasta de las exclusivas.

La foto de Ariel Chicona con su hijita, nacida mientras él estaba atrapado, la hizo su esposa Elisabeth, que actuó aconsejada por dos periodistas. La cosa era simple. Llegas, abrazas a tu marido, le pones a tu hija en sus brazos, le haces una foto, y nos la entregas, pero sólo a nosotros. Muy bien, dijo la señora, acepto. Llegó, lo abrazó, le puso a la pequeña Esperanza en sus brazos, le hizo la foto, y… Con la foto en la mano, la señora abrió la subasta. ¿Quién da más por ella?

Las televisiones de todo el mundo han hecho lo propio, agitar cantidades de dinero que pueden aturdir a un minero, porque en la mina de Atacama 32.000 euros es una fortuna. Hacen bien en cobrar, decía un tertuliano de Concha García Campoy. Yo también lo creo. Si cobran delincuentes como Julián Muñoz por bajar a las oscuras minas de un plató donde trasiegan chorizos postineros, similares a los empresarios sin escrúpulos que tenían a los obreros chilenos en condiciones de ganado esclavo, por qué no pueden cobrar unos fajos de pesos esas familias sin recursos, abandonadas a su suerte, olvidadas por sus jefes y por la clase política que, por supuesto, atraída por el fulgor de los focos, corrió para abrazarse con los infelices rescatados. En nuestro país, el zoco a la puerta de las bocaminas que a diario abren las televisiones no cesa. La otra mañana vimos la entrada a los juzgados de Marbella de la minera Isabel Pantoja, que sufrió en carne propia el rigor de tan duro trabajo al llevarse alguien un jirón de su vestido. No se sabe si fue amor de fan o ejemplar reportero que se curraba una exclusiva con la tonadillera, un hola, un vete a la mierda, un dejadme en paz, un soy inocente, un mordisco, algo. Fue tal el revuelo, que la dama parecía levitar. La noticia, mala, fue una vez más el espectáculo de los medios que rodeaban a la esfinge andante, fue el jardín de reporteros enarbolando el logotipo de los programas estampado en sus micrófonos, la infame turba de diurnas aves llegadas al exterior de la mina desde las covachuelas donde Ana Rosa Quintana, Susana Griso y otras garrapatas avían con mimo torticero noticias que de suma gravedad pasan a zafia necedad.

En esas cochineras inmundas dictan sentencia categórica cacatúas como Carmen Pardo o Miguel Temprano, indignado con el juez, al que acusa de acusar a la prensa del circo montado a las puertas del juzgado. La prensa. Estos chiquilicuatres están logrando que la prensa tenga mala prensa. En contraste con esa algarabía folclórica, con chichinabos llegados de Sálvame, Vuélveme loca, DEC, o Espejo público, Ana Pastor dio paso en directo para Los desayunos de TVE a Cristina Ónega, que se limitó a lo que se espera de una periodista, contar lo que pasa, por qué está pasa, dónde pasa, y cuándo pasa. El plano que nos ofreció el realizador fue revelador. La periodista de la televisión pública, micrófono en mano, hablaba a cámara justo en el momento en que llegaba la folclórica imputada por blanqueo de dinero. Detrás de ella, la turba de aves gongorinas intentaba dar bocados, alcanzar las tripas, llevarse por delante la yugular de la ex amante del gran Cachuli, es decir, no había intención de informar con rigor aunque sí de enredar, de montar la taberna, de convertir en espectáculo y entretenimiento ruin lo que no es. Y sí, un poquito corto sí que es el juez, que debiera haber previsto que allí, a las puertas de su mina, se montaría lo que se montó.

A quien ya no pueden montarle nada es a Antonio Puerta, el que golpeaba a su pareja en plena calle, Violeta Santander, y acabó agrediendo a Jesús Neira por defenderla. Violeta Santander descendió a las cavernas de la programación como una jabata, y se llevó una pasta sin apenas magullarse. Jesús Neira sigue cobrando por su hazaña, y en programas de probada abyección aún tenemos que soportar su verbo encrespado y chulo como si se tratara de otra persona, distinta al que admiramos en su día. De hecho, raudo, al día siguiente de la muerte de su agresor, acudió al submundo de Antena 3 en un viaje inverso al de los mineros chilenos, el que va de la decencia a la indignidad.

Total, que a Antonio Puerta sólo le queda hablarnos a través de Anne Germain, la que habla con muertos en Más allá de la vida, que esta semana ha vuelto a llevarnos a la bocamina del otro barrio para que Rocío Jurado le diga a su hermano que no se preocupe, que ya no le duele nada. Claro, cabrona, médium de pacotilla, a un muerto no le duele nada. No lo digo yo, pero podría haberlo dicho Esperanza Aguirre, que aguerrida, creyendo que en vez de en La 1 estaba en su tele madrileña, le dijo a Ana Pastor que le preguntara cosas importantes y no los asuntos por los que la periodista se interesaba. Pero la gran Ana, incisiva, respetuosa pero firme, sin amedrentarse, la paró. Bueno, presidenta, debería de saber que aquí los asuntos importantes no los decide usted sino nosotros, el equipo de Los desayunos. Te cagas. Doña Esperanza se quedó lívida. Se confundió de mina, de mineros, y de mercado.

Y qué

Ha vuelto a La Sexta Mujeres ricas. Además de tres conocidas, la chiflada Mariana Nannis, la hortera Olivia Valere y la inculta Mar Segura, la que no sabe si irse de cervezas o comprarse un Miró porque «no puedo vivir sin arte», nos han presentado a Nathasha Romanov, que sueña con ser cantante, y a Verónica Pucci, peruana casada con un siciliano. Es caprichosa, absurda y divertida. Ni puta idea de nada. Y qué.