Las conclusiones de la cumbre del Observatorio Panhispano de Detalles Baladíes, –dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Manifiestamente Manipuladas–, no por sorprendentes dejan de ser llamativas. Según el documento emanado de dicha reunión el principal problema que amenaza los cimientos del mundo actual no es el calentamiento global, el retorno de nuevas crisis económicas todavía más profundas o la marcha de Curry Valenzuela de Telemadrid. No. El Observatorio asegura que Occidente entero se derrumbará el día menos pensado como no vuelvan a poner la coma entre la oración principal y el vocativo en las frases que aparecen en televisión. Y yo, qué quieren que les diga, estoy completamente de acuerdo con el Observatorio. ¿Me entienden lectores? ¿Saben a lo que me refiero amigos? ¿Han comprendido bien estas preguntas seguidores de la columna? Desde la escritura cuneiforme sumeria hasta hace año y medio los medios de comunicación separaban en sus textos las frases y la persona a la que se dirigían mediante una comita. Una puñetera comita que no cuesta nada poner. «Bravo, mineros» y no «bravo mineros»; «sigue así, Julián» y no «sigue así Julián»; «enhorabuena, campeones» y no «enhorabuena campeones». Y de pronto, zas, todas las cadenas se han puesto de acuerdo en mandar ese fraternal signo de puntuación a la papelera de reciclaje. En las promos de laSexta, en las transcripciones de los diálogos en «Pekín Express», ya no digamos en todas las cortinillas y sobreimpresiones de los programas de la basura de Telecinco, digo, en los programas basura de Telecinco. Y yo, que amo la ortografía como a un viejo amigo pero amo a la sintaxis como a una nueva amante, no puedo sino recordar los versos de Bertold Brech: «Primero fueron a por las comas, pero no me importó porque yo no soy una coma, luego fueron a por las comillas para indicar metalenguaje, pero tampoco me importó porque no soy una comilla; ahora vienen a por mí, pero ya no tengo sintaxis para argumentar en mi defensa». Adiós compañeros.