Los abucheos y el abroncamiento al presidente Zapatero el día del desfile militar han producido un pequeño debate a lo largo de la semana entre quienes establecerían un protocolo para evitar la repetición del espectáculo y quienes defienden la libertad de expresión sin restricciones, lamentando o no el mal uso de esa libertad por lo inoportuno del momento (homenaje a la bandera y a los caídos) o lo inadecuado de las formas. Parece que se ha impuesto, razonablemente, el valor superior (la libertad de expresión) y que las cosas seguirán como hasta ahora, al menos, mientras Zapatero sea presidente, que fue entonces cuando empezó la costumbre que algunos han adoptado como tradición: sin protocolos ni limitaciones, ahora, que ya después no harían falta. Con todo, el ministro Rubalcaba afirmaba: «Es lamentable que la extrema derecha se apropie de la fiesta nacional.» Pues sí, es lamentable. De hecho entre nosotros ocurre algo semejante: la extrema derecha se ha apropiado desde siempre de los actos oficiales del 9 d´Octubre, zarandeando y agrediendo a las autoridades cuando eran socialistas o amenazando y persiguiendo a otras fuerzas políticas ahora que gobierna la derecha. Porque más allá de la similitud entre lo que sucede en Madrid el día 12 o en Valencia el día 9, lo que sorprende (retórica: no sorprende) son las diferencias: el disgusto de quienes gobiernan allí y la complacencia o perfecto acomodo de quienes aquí lo hacen.

Este año, tras doce ediciones, se han prohibido los actos programados en la Plaça de la Verge por los grupos comprometidos contra el sida con la peregrina idea de que la plaza tiene «connotaciones religiosas». Y digo «peregrina» porque les enviaron a otra parte. Lo cierto es que la plaza tiene muchas connotaciones: es un espacio lúdico, un espacio político y un espacio para la reivindicación y la protesta; también para algunas ceremonias religiosas. Parece, sin embargo, que el ayuntamiento quiere darle a la Iglesia la exclusiva, cuando la plaza tiene vocación de ágora, punto de reunión y ocasional encuentro. Esta es una ciudad descentrada y desagorada. La mayoría de las plazas (San Agustín, España, Ayuntamiento, Reina, América) no son más que un cruce de caminos lleno de coches y vacío de gente. Altamente simbólico es que el Ágora de Calatrava esté en el quinto coño, nos cueste un riñón, esté sin terminar y cerrado, no tenga ni utilidad ni sentido, ni un por qué ni para qué para los ciudadanos, un lugar de paso para los turistas.