Regresa la vanguardia más clásica para apuntalar las vigas del Gobierno. Rubalcaba, Jáuregui e Iglesias (el barón aragonés no se incorpora al Gobierno, pero es su correa de transmisión) se añaden a los Chaves y Blanco. El ideario postvanguardista de ZP ha sido vencido por las circunstancias: se ha detenido antes de precipitarse al vacío. Ha caído la renovación generacional y se ha derrumbado la tonalidad feminista. Cuando el mundo cruje y el Gobierno se tambalea, hay que volver a los grandes relatos, a las convicciones seguras, al andamiaje tradicional. Los experimentos postvanguardistas florecen en la abundancia; la escasez los reduce a su perfil más frívolo.

Estrangulado por la crisis, negándola incluso, sin intuir la tempestad que ha volteado al planeta, el agujero negro de ZP se desplazaba sobre la geografía española con una rapidez sideral. Cuando a uno le deja de importar el contenido del mensaje para acentuar los elementos de persuasión, es imposible intuir hacia dónde gira el mundo. No se trata de adivinar el futuro. Sólo de leer o barruntar sus movimientos. Para esto hace falta una cierta profundidad. Es lo que diferencia a los grandes políticos.

ZP es un hombre conmovido por las encuestas, el control del partido y la imagen, es decir, por los medios como transmisores de «verdad». Se ha visto que su España plural sólo era un espejo hueco y que la reivindicación de los derechos civiles se ha visto limitada tras conquistar anchos espacios. La salida de Aído no hace sino testimoniar esta última fragilidad. La gestión del Estatuto catalán, la primera.

La esencia del poder es la arbitrariedad. Es su elemento fundacional. En manos de ZP, el capricho parece eterno. Es tradición en el poderoso ubicar a personas divergentes en situaciones cercanas para aclarar quién manda. La habilidad de ZP para colocar contrapesos llevó a Solbes a una situación incómoda con Sebastián. Su ligereza en acomodar a Pajín y a Blanco en una línea fronteriza ha acabado por hacer saltar a la valenciana, la más débil. A Blanco le ha superpuesto ahora a Marcelino Iglesias. Otra bomba de relojería.

Toda remodelación de gobierno es un ejercicio de poder. El domingo, Zapatero dijo a los periodistas que sólo iba a cambiar al ministro de Trabajo. Dos días después, obra la mayor crisis de socialismo postvanguardista. El seísmo ha despejado a María Teresa Fernández de la Vega, su anclaje más seguro, al Consejo de Estado. Y a otro pez gordo, Moratinos, a la inmensidad de la nada.

Es la misma nada en que se ha situado el poder socialista valenciano. De dos vicepresidentes —Solbes, De la Vega— y varios ministros —Jordi Sevilla, Bernat Soria— se ha pasado a una única representación. Nunca habían desalojado el PSPV y sus inmediaciones un peso específico tan vacuo. Han regresado los clásicos al Gobierno pero ha disminuido el PSPV, cuya melancolía ha de añorar tiempos gloriosos. Esa pérdida de peso se ha trasladado a Leire Pajín, cuya potestad en el socialismo valenciano ha quedado truncada. Ni siquiera podrá influir en las listas electorales más allá de las comarcas de Alicante. Alarte y los suyos pueden descorchar la misma marca de cava que Blanco.