Muchos de aquellos que aportaron alguna lucidez a tu generación salen de la escena. Hace días, Claude Lefort, que trabajó cerca de Cornelius Castoriadis y de quien aprendimos el significado de la alteridad y la diferencia, del antitotalitarismo y que la política no es el terreno de certezas, sino de contingencias e incertidumbres. Hace poco más de un año fue Ralf Dahrendorf quien sostenía que «la democracia es una tarea a largo plazo, dicen que se logra cuando un país ha pasado la prueba de dos traspasos de poder, es decir, dos cambios de gobierno sin violencia. Debemos sumar a ese criterio una cultura que haga de las elecciones una competencia auténtica de una pluralidad de respuestas a las cuestiones en juego».

¿Cuántos juegos malabares hay que hacer para vivir la monotonía de la vida y la tranquila sensación de que no estamos en caída libre? Nos pasa a las personas de cierta edad y a los gobiernos en las segundas legislaturas. Pasan los años, nos dedicamos a las cotidianas tareas de intendencia pero aún nos siguen asombrando las cosas elementales. Asombro ante las afirmaciones del gobernador del Banco de España en su comparecencia en el Congreso, cuando afirmó que «las comunidades son soberanas hasta cierto punto si nos fastidian a todos». Asombro ante las declaraciones de la vicepresidenta económica del Gobierno cuando reincidiendo en la inacción ante la gravedad de la crisis afirmó que «el Gobierno no necesita plan B» y días después se muestra abierta a nuevos «recortes» si los mercados lo exigen. Y asombro frente a la afirmación del líder de la patronal Díaz Ferran cuando aconsejó «trabajar más y cobrar menos», un líder ya amortizado y que sólo la excesiva torpeza ha ralentizado su sustitución. Mientras tanto, según lo previsto, el presidente del Gobierno ha logrado, junto a PNV y CC, un acuerdo para aprobar los presupuestos del 2011 y apurar la legislatura. Es ahora el PNV quien consigue tres competencias este año y otras diecisiete el próximo para completar el pleno desarrollo del Estatuto de Gernika. Con el lehendakari Patxi López de convidado de piedra, y con el fin de la violencia en Euskadi de telón de fondo, Urkullu retoma la iniciativa política. Ahora el «ejercicio de responsabilidad» lo ha hecho el PNV, antes le tocó a CiU, pero en estos momentos, Cataluña vive momentos preelectorales. Artur Mas pidió una reflexión en España sobre las relaciones con Cataluña: «La España de hoy, a nuestros ojos, no es atractiva, no nos protege». Con ventaja en los sondeos y con el «derecho a decidir» como objetivo, CiU defenderá el concierto económico para negociar con el Gobierno que salga de las próximas elecciones generales. Todo articulado con la idea de fondo de que España es «un mal negocio para Cataluña», idea bastante similar a la que circula por Alemania de que los países del sur de Europa son un lastre para el euro y para la Unión. Por su parte Montilla, parece que siguiendo uno de los lemas de la serie Mad Men, «no importa lo que seas, sino cómo lo vendas», se ha puesto a «bailar» días después de una gran emisión de deuda y así intentar remontar los sondeos.

También el presidente del Gobierno pretende dar la vuelta a las encuestas aprovechando el acuerdo presupuestario y con ese mismo objetivo realizó ayer un cambio de Gobierno en el que salen reforzados Rubalcaba y Blanco, y con guiños a Patxi López y a la UGT en el nuevo ministro de Presidencia y en el ministro de Trabajo. Con un horizonte prolongado de aumento del paro, con la reforma drástica de las pensiones aún pendiente, no se vislumbra ninguna mejora de sus perspectivas electorales si al final es él el candidato de su partido en las elecciones generales.

La gravedad de la situación política y económica hace urgente para el PP de Mariano Rajoy la tarea de construir un programa que transmita confianza, garantice la creación de empleo y el mantenimiento del Estado de Bienestar. Un programa que responda a una propuesta a largo plazo, que refuerce las instituciones y devuelva al Parlamento al centro de la vida política y que, acabando con el fraude fiscal, logre un estable y sólido sistema de financiación entre las administraciones locales, autonómicas y la administración del Estado, finalizando así con el puzzle de víctimas y agravios. Un programa que nos permita recobrar la ilusión. En palabra de Peter Handke, «la idea recurrente de la cerilla que, encendida, anula algo del frío habitual del invierno».