En qué se parecen Rubalcaba, Trinidad Jiménez y Leire Pajín? En que los tres han sido promocionados en el nuevo Ejecutivo de Zapatero y en que los tres fueron derrotados estrepitosamente por un rebelde desconocido que atendía por Tomás Gómez. Vecinos en el tiempo, ambos sucesos distan de ser independientes. Si en la era Eisenhower se sentenció que «lo que es bueno para Estados Unidos es bueno para General Motors y viceversa», el presidente del Gobierno ha decretado que «lo que es malo para el PSOE es bueno para España».

El caso más crudo de la disfunción citada lo ofrece Pajín. Los inescrutables designios de Zapatero conducen a que cuide de la sanidad de los españoles quien tan mal ha velado por la salud del PSOE, empezando por el municipio de Benidorm, donde campa su célula familiar. La elevación a ministra de la secretaria de Organización del PSOE sólo se justifica pensando que será menos dañina en una cartera con las competencias transferidas que en su partido.

Si el candidato socialista a la Comunidad de Madrid es oficialmente «el hombre que dijo no a Zapatero», entonces el Gobierno de los derrotados por Tomás Gómez en las primarias madrileñas es el Ejecutivo de quienes dijeron sí a Zapatero. Los destinos de sus integrantes se hacen inseparables de la fortuna del presidente, empezando por el mejor colocado para la sucesión, Rubalcaba.

El ministro del Interior cayó en la depresión política y se instaló en las vecindades del abandono, cuando se le negó la vicepresidencia tras las elecciones de 2008. Ahora, ha sido arrastrado al puesto de número dos en un abrazo mortal. No puede triunfar sin su jefe, y un fracaso del Gabinete lo descalifica para la sucesión, al arder en la pira presidencial. Siempre original en la interpretación de los clásicos, Zapatero asume una versión liberal del Libro de Job. Lo que el divino Rubalcaba le dio —con su aparición televisiva de medianoche en vísperas del 14-M—, Rubalcaba se lo conservará. De lo contrario, se hundirán conjuntamente.

Al degradar a secretarias de Estado a ministras que jamás debieron permitir esa humillación, Zapatero ha estrechado el perímetro de su Gobierno y ha desplazado su centro hacia Rubalcaba. Los valiosos fichajes de Rosa Aguilar y Ramón Jáuregui —solo los celos presidenciales explican el retraso en la incorporación del segundo al Gabinete— se compensan con las frivolidades características del presidente. La siempre perdedora Trinidad Jiménez recibe, por la excelente gestión de una epidemia de gripe A que nunca ocurrió, el mismo trato que si hubiera descubierto en solitario la vacuna contra el afamado virus. Su proclamación como cancillera sólo viene avalada por la evidencia de que la cartera de Exteriores es ­desempeñada por el presidente.

Tras ardua deliberación consigo mismo, Zapatero concluye que el PSOE no sabe lo que quiere, confía en que los españoles no sepan lo que no quieren, y se convierte en el único superviviente en el mismo cargo de su primer Gobierno. Sus nombramientos del miércoles demuestran que ha aprendido que las decisiones de los gobernantes carecen de un peso excesivo en la suerte de los gobiernos.