Ecologistas de todo el mundo han acudido a la ciudad japonesa de Nagoya para pedirle a Naciones Unidas que imponga una moratoria internacional sobre todos los proyectos que han convenido en llamar de «geo-ingeniería». Enviados de unos 200 países participaban en esta cumbre convocada inicialmente para luchar contra la destrucción de bosques, ríos y las barreras de coral que constituyen una fuente de recursos—a veces la única— en algunos de estos países. Citaban como ejemplos que debían estar sujetos a su reivindicada moratoria proyectos como el de generar volcanes artificiales o la «siembra de nubes».

No faltaran lectores que habrán asociado estos proyectos al guión de una película de ciencia ficción en el que algún malvado o científico trastornado experimenta irresponsablemente con la naturaleza, que tarde o temprano se cobra venganza. Sin embargo, este tipo de iniciativas existen, no forman parte de ninguna conspiración, ni están solo en la cabeza de una mente perturbada.

En la actualidad se trabaja ya en proyectos como la «fertilización» de los océanos con hierro para forzar el crecimiento del fitoplancton, que absorbe el dióxido de carbono, o en la captura y el almacenamiento subterráneo del CO2. Otros grupos proponen disminuir la radiación solar que llega a la tierra para reducir el calentamiento del planeta colocando en el espacio miles de pequeños reflectores solares, o sembrando las nubes de agua o micropartículas, como en la erupción de un volcán.

Los riesgos, advierten los ecologistas, podrían ser muy grandes. Nadie conoce del todo el impacto que puede tener la manipulación de la naturaleza a gran escala. Piden a Naciones Unidas que controle estas iniciativas y recuerdan que el objetivo es conservar la naturaleza, no intentar cambiarla.