La fórmula del café para todos es un invento inútil. Negando que existen diferencias, o apañando el que queden en el olvido, el reparto porque sí, ajeno a todo criterio que no sea el de quitarse de encima los problemas, lo más que consigue es dejar éstos para más tarde. Se vio muy bien con las negociaciones de la transición española, cuando la necesidad de sacar adelante la Constitución dio paso a ese bodrio del Estado de las autonomías que padecemos ahora. El intento tímido de introducir diferencias entre aquellas comunidades históricas y las inventadas a los efectos de que todo el mundo estuviese contento fracasó, porque nada más sencillo hay que inventarse los hitos históricos. De tal suerte, el café para todos se convirtió en norma. Incluso la universidad —terreno que debería ser por definición ajeno a los vicios del reparto a escote— concede los doctorados con el cum laude añadido de oficio y otorga la condición de calidad a cualquier estudio nuevo puesto en marcha.

Así nos va. Pero como todo lo malo es empeorable, la política derivada del reglamento electoral y del rompecabezas autonomista que padecemos ha logrado rizar el rizo dando un giro a la tuerca e imponiendo la fórmula del café para algunos. Consiste ésta en repartir no ya sin criterio alguno, sino por medio del compadreo vergonzoso. De tal suerte, lo que debería ser en principio igual de verdad, invocando el sentido mismo del Estado de Derecho —un escaño, un voto— se vuelve ecuación irracional a poco que medien los pactos. A partir de ahí, todo vale. Todo, menos conceder a las papeletas de los ciudadanos depositadas en las urnas la condición soberana que deberían tener. De tal suerte, los diputados pertenecientes a partidos con los que se puede urdir una mayoría —aunque sea precaria— se convierten en oro puro, mientras que aquellos otros cuyo voto queda cautivo por pertenecer al partido que manda son pura aritmética contable.

Al café para todos y al café para algunos le sigue en la cadena el café para nadie. Para ningún partido; para ninguna ley; para ningún proyecto político. En ésas terminará el ciudadano: incrementando las filas del absentismo porque, aunque haya quien no termine de creérselo, es imposible engañar a todos durante todo el tiempo sin que los ultrajados por la vía cafetera se harten.