En la presentación de su última obra, El gran diseño, el físico teórico más mediático de nuestra época, Stephen Hawking —bien conocido por el gran público por su discapacitación esclerótica que le obliga a estar y comunicarse desde una sofisticada silla, un ordenador y un sintetizador que mueve con un leve movimiento de ojos y cabeza— ha tratado de comprender el universo sin la intervención de un Creador.

Recordando la famosa anécdota según la cual Napoleón, al preguntar a Laplace por el motivo de que en su célebre Tratado de mecánica celeste no apareciera la noción de Dios, se encontró con esta respuesta: «Sire, es una hipótesis de la que no tengo necesidad». Pues bien, ésa parece ser la intención de Hawking, tratar de comprender el universo a partir de bases científicas. Una tarea que reconoce que puede estar más allá de las posibilidades humanas, pero que merece la pena intentarla.

No sé muy bien por qué, pero las afirmaciones de Laplace y Hawking me vinieron a la memoria cuando en un debate reciente sobre la situación política actual en la Comunitat Valenciana y sus posibles efectos sobre las próximas elecciones autonómicas y municipales, uno de los participantes, profesor universitario bien curtido desde finales de la época franquista en la política valenciana, defendiendo siempre posiciones de izquierda, primero desde el comunismo y, posteriormente, desde el socialismo, exclamó de pronto mitad divertido, mitad enfadado: «Esto no hay dios que lo entienda. Vamos a tener como candidato del PP a la Presidencia de la Generalitat a un presidente imputado por corrupción; la deuda autonómica valenciana es, después de la catalana, la mayor de todo el Estado de las autonomías; la inversión en educación per cápita es después de la murciana la más baja de todas, y así más de otros desajustes socioeconómicos, pero a pesar de ello, la mayor parte de las encuestas ofrece unas diferencias de intención de voto que agrandan la brecha con el resto de los partidos políticos que se produjo en las últimas elecciones de hace cuatro años». Me parece evidente que para explicar lo que viene ocurriendo desde hace unas dos décadas en el ámbito de las políticas comunitaria y capitalina valencianas no hace falta tampoco recurrir a la hipótesis de Dios porque, entre otras cosas, no creo que así ocurra perque Deu vol.

Basta para ello, sencillamente, analizar algunos de los abundantes datos disponibles tanto de naturaleza sociohistórica como electoral, sin introducir demasiadas interpretaciones ideológicas a las que suelen ser más proclives las izquierdas que la derecha más o menos conservadora, para poder entender, por ejemplo y entre otras cosas, que la inmensa mayoría de los votantes valencianos no sólo siente escasa simpatía, sino que rechaza de plano el proyecto de los hipotéticos países catalanes, o que prefieran denominar como valenciana a la lengua con la que, paradójica y milagrosamente, aunque con diferentes acentos y giros lingüísticos, nos comunicamos perfectamente con los catalanoparlantes de Cataluña y las Baleares.

Todo parece indicar que una gran mayoría de la población valenciana no necesita identificarse con un partido nacionalista como el PNV o CiU, por ejemplo, para sentirse muy orgullosa de ser valenciana porque, entre otras cosas, su forma de ser y sentirse española es ser, en primer lugar, y ante todo, valenciana. Ya sé que eso pone de los nervios a los que como el entrañable colega al que me he referido anteriormente desean y sueñan con un sistema de partidos valencianos que se pareciera más a los que cabe encontrar en las otras comunidades bilingües. Pero así son las cosas y, si Dios no lo remedia, así van a permanecer al menos un par de décadas más.