La guerra de Estados Unidos en Iraq ha sido tan violenta y ha causado tanto pánico diario entre los civiles iraquíes y desazón entre la clase política y ciudadanos norteamericanos y europeos que, aunque concluida al menos por ahora, ha dejado un enorme malsabor que parece impedir darse cuenta de las notables mejorías en el país cuando su situación se compara con la de 2003 en cuya primavera comenzó la guerra. Mejorías que son objetivamente indiscutibles, con independencia de las simpatías o antipatías que hayan levantado la intervención internacional y la propia guerra.

No ha sido sólo la desaparición del terrorismo de Estado que subyugaba en Iraq a quienes pertenecían a etnias (kurdos), sectas religiosas (chiíes) o adscripciones políticas (oposición al régimen) diferentes a las de Sadam Hussein y su partido baathista. No han sido sólo la espectacular caída de la violencia interna y el aparentemente fuerte debilitamiento de Al Qaeda en el país. También lo es la espectacular mejora de sus infraestructuras y servicios públicos y la recuperación desde hace tiempo de su producción petrolera a niveles de preguerra, que están afianzando la situación económica (colocando a Iraq entre los países con mayor tasa de crecimiento) y el bienestar de los iraquíes (ilustrada por una importante caída del desempleo). En los siete años transcurridos desde el comienzo de la guerra, se ha duplicado (de 6,2 a 11,5 millones) el número de quienes tienen acceso al alcantarillado público y de quienes tienen líneas fijas de teléfono (de 0,6 a 1,3 millones). Se ha casi duplicado (de 13 a 22 millones) el número de quienes disfrutan de agua potable. Y, mientras en 2003 eran sólo 80.000 los iraquíes con teléfono móvil, en 2010 son 20 millones quienes los usan y la generación de energía es de 5.880 megavatios frente a los 500 de entonces.

Es cierto que todavía quedan muchos desfavorecidos en el país, y que los logros palidecen con los costes económicos y en vidas humanas de la guerra. Pero todo ello no puede hacer ignorar los éxitos citados ni que el talón de Aquiles de Iraq sigue siendo su clase política. Las elecciones más democráticas de su historia, símbolo del nuevo Iraq, han desembocado en un desafortunado punto muerto que ha imposibilitado la formación de gobierno y paralizado la gestión política desde el mes de marzo.

Así que, pese a que el primer ministro Maliki celebró y calificó como histórica la retirada de las tropas de combate norteamericanas, muchos iraquíes temen el aumento ahora del vacío de poder, de la falta de confianza mutua entre las distintas facciones políticas y, con ello, de la inseguridad en el país. Esa necesaria y muy difícil reconciliación, que nunca ha existido entre las etnias, ideologías y religiones del país es la tarea más perentoria de Iraq y la que determinará en último término la reputación de Estados Unidos en su intervención en el país.

efe adjunto de coordinación y análisis de la Dirección General de Relaciones Exteriores de la CE