La vocación de las armas es matar. Una pistola que hubiera llegado al final de su vida útil sin haber hecho un solo disparo sería una pistola frustrada, inútil. La sola idea de que un arma hubiera pasado de la fábrica a la chatarra sin sentir jamás el placer de haber escupido una bala resulta sobrecogedora. Años, años y más años a la espera de que las paredes interiores del cañón recibieran la caricia del proyectil al modo en que el semen acaricia el alma del pene… No es probable que se haya dado un solo caso de esta naturaleza. Todas las pistolas, suponemos, son cargadas en un momento u otro, si no para matar a alguien, para practicar al menos la puntería contra una diana. Las armas, que se inventaron para un fin malo, pueden tener efectos colaterales benéficos: cuando gracias a ellas se salva a un inocente, por ejemplo. Es un consuelo. Puesto que las hemos inventado, de algún modo tendremos que justificarlas. Cuando fallecieron mis padres, hallé entre sus pertenencias un viejo revólver que llevé, ingenuamente, a comisaría. Los expertos lo examinaron y me lo devolvieron, pues se trataba de una antigualla inútil que quizá, dijeron, tuviera algún valor como pieza de coleccionismo. Lo guardo en un cajón, preguntándome a menudo cuántas balas disparó, y contra quién, durante su vida útil.

Además del revólver, mis padres me dejaron dos cajones de medicinas sin utilizar, la mayoría de ellas caducadas. La vocación de las medicinas es curar como la de las armas es matar. Un fármaco que termine su vida útil sin haber curado a nadie es un fármaco frustrado. Hay en todas las casas más fármacos frustrados que revólveres fracasados. Un porcentaje altísimo de cápsulas contra la diarrea o el estreñimiento (por decir algo) pasan del laboratorio a la basura sin haber conocido el placer de penetrar en un cuerpo. A lo mejor, los antibióticos caducados que encontré en la casa de mis padres habrían curado las heridas provocadas por el revólver que también les pertenecía. Pero no coincidieron en el tiempo. Quizá, cuando los muertos del revólver, ni siquiera se habían inventado los antibióticos. Las medicinas tienen, como las armas, efectos colaterales. Pero suelen ser malos. Todo es confusión.