Madre mía, qué espectáculo. Agustín Navarro se la coge con papel de fumar y reprueba a su colega de Valladolid, que es un caso, cinco minutos después de que el Comité Federal del refundado pesoe concluyera que en Benidorm no hay caso. El primero en saltar a la yugular del tránsfuga bendecido y señalar que es un episodio «que expresa la degradación política a la que el partido socialista está llevando a algunas instituciones» es Rafa Blasco. Nadie mejor para salir al paso que, quien militando el partido socialista y formando parte del Consell, fue destituido por degradar con mangoneos la esfera por la que hoy en día tanto sufre el hombre. Esta estampa da pie a desembarcar en un estadio superior patroneado por Enrique Ortiz. Su exhibición por todas las parcelas empieza a resultar abracadabrante. Hasta ha provocado que a Chema Pajín se le vuelva la memoria quebradiza y no recuerde haber hecho gestión alguna entre aquél y el Gobierno. Y ese Mario Flores, oé. Qué manera, Dios mío, de entender el oficio de emprendedor. Insisto: el silencio espeso de las organizaciones empresariales ante este manoseo del mercado contribuye a incrementar el pasmo fuera y, es de suponer, que el desconcierto entre los propios afiliados a la hora de pelearse con el mundo para competir dentro de los cauces reglamentarios si es que quedan. A la vista de los sumarios exhibidos da miedo pensar lo que gastaría Ortiz en teléfono. Claro que también es verdad que en no pocas ocasiones lo llamaban. Desde el hermano de Cotino al de Fernando de Rosa pasando por un ramillete próximo al de una edición especial de las páginas amarillas. Cuando siguen desvelándose tejemanejes de lo más variopinto, el vicepresidente y conseller de Medio Ambiente y Urbanismo, entre otras, aprovecha para animar a incrementar la familia. En la conferencia sólo le faltó añadir un «yo les garantizo que vendrán con un pan bajo el brazo» en el afán por lograr algún éxito. Dentro del hito que estamos marcando, las adjudicaciones de juzgados también han sido puestas bajo sospecha. Es, sin duda, una forma ejemplar de cerrar el círculo.