Los gallineros de la Tinença de Benifassà tienen un cerramiento superior de tela metálica, supongo que por las rapaces. En un recodo del camino sorprendemos a un grupo de lo que parecen agricultores de domingo vendimiando en un secreto bancal junto al barranco mientras en los brezos se enjambran las abejas y los cascabeles rosados. Los catecúmenos deben tener a su frente a un gurú enólogo que les ha prometido una bebida de salvación. Pasan por estas desertadas carreteras y parajes más todoterrenos y motos de trial que en una fiesta de pijos. Hemos ido caminando de Fredes al Pinar Pla, entre acebos charolados y agujas calizas que se afinan para luego desplomarse y a la vuelta, por la pista forestal, el tráfico rodado nos reboza de polvo.

Por estas vaguadas y cañones se movieron los últimos cazadores a tiempo completo, antes de pasarse a los afanes de la agricultura que, luego, les abandonaría a ellos. No puede vivir mucha gente de estas empinadas terrazas donde crece algún fruto de cáscara dura, con suerte el trigo y en los costados más dulces de las colinas, algún frutal. Aún ahora este pedazo del far north valenciano tiene densidades de población siberianas (y el ventero de Fredes se jubila y traspasa el negocio), aunque resulte muy engañosa la recuperación general del caserío de los pueblos y esta fiebre recolectora de hongos que pone a los urbanitas a triscar entre los pinos rodenos.

Había estado aquí más veces, pero nunca entré en El Ballestar, el pueblo quizás más bonito de la Tinença, tanto de lejos, plantado en su colina ibera, como de cerca, con su alegre torre, iglesia y calle mayor que divide las casas de piedra, de verdad, en dos vertientes. En Levante, están los huertos, el sol y, enfrente, una dilatada pineda. En una terraza, dos budas entornan los párpados ante la fuente del esplendor. La Pobla conserva la escuela (nueve niños) gracias a la familia que lleva el hotel. Los rumanos aportan alguna humanidad. Hasta el cartujo del convento habla por los codos con los visitantes: él se hizo fraile, que no monje o eremita.