No se pregunten por quién doblan las campanas: doblan por Zapatero ,y les aseguro que mientras ustedes y yo apenas intuíamos un lejano repique, los socialistas ya habían identificado el toque de difuntos. La proximidad de la derrota tiene la virtud de desnudar las personalidades, arrumbar los disimulos y desatar los instintos, especialmente… el de supervivencia. Quien parece haber tomado la cabeza de la carrera del sálvese quien pueda del socialismo español es el fiscal general del Estado, pero no es la suya una fuga sin rumbo, una huida alocada. No, amigos míos, es más bien una retirada con orden… con orden de llegar al Tribunal Constitucional.

El Constitucional es el principal y el último recurso del que disponemos los ciudadanos para asegurar el respeto a nuestros derechos y libertades, por lo que la elección de los magistrados que lo componen no es una cuestión menor, visto lo cual vengo en preguntarme: ¿qué puede haber impelido a Conde Pumpido a pensar que la suya es una candidatura idónea? Sólo se me ocurre que alumbrara la idea como consecuencia de una mala noche o de una peor digestión. No sólo es que en mi modesta opinión haya sido el peor fiscal general que alcanzo a recordar; ni siquiera es su torpeza, incompetencia o impericia lo que a mi juicio lo inhabilita. Es mucho más que eso, es la manera en que ha utilizado el poder que su posición le otorgaba, ha confundido su condición de servidor del Estado con la de siervo del poder político, ha comprometido el prestigio del ministerio fiscal cuando de ello podía desprenderse alguna ventaja para el Gobierno, no tuvo empacho alguno en ensuciar la toga con el polvo del camino —cito sus palabras, «en mi opinión la arrastro por el lodo»— para sumarse con entusiasmo a la enloquecida alucinación en la que nos sumergió Zapatero y a la que ETA puso fin con un doble asesinato en Barajas.

Hoy, el fiscal general es más que nunca martillo de herejes, entendiendo como tales a revisionistas, desviacionistas, opositores al régimen, o cualquier otra de las formas que pueda revestir la militancia en el Partido Popular. Por estas tierras y en la persona del presidente de la Generalitat hemos podido comprobar cuál es el sentido de la ecuanimidad, la independencia, la ponderación y la justicia que adornan al señor Conde Pumpido.

Puedo entender que ante la perspectiva de desbandada general que se avecina el señor fiscal pretenda encontrar acomodo para sus pobres huesos, que buenos servicios tiene prestados a la causa. Pero, evidentemente, el Tribunal Constitucional no se cuenta entre mis primeras opciones. Me permito sugerir profesar en religión o bien el Tercio; esta segunda posibilidad ofrece la ventaja de que en los banderines de enganche siempre puede darse un nombre falso, me atrevo a proponerle Juan Fiscal. Pero ¿al Tribunal Constitucional? ¡Venga, hombre!