Ser mujer es una enfermedad que no tiene cura. No lo decimos ni yo ni Arturo Fernández, lo sostiene el presidente del Gobierno de España, que acaba de incluir las políticas de igualdad en el ministerio de Sanidad, todo recto, a la derecha, justo detrás del departamento de urología. Para ahorrarse el chocolate del loro, ZP, quien, supongo, sigue ocupándose "personalmente" del área de Deportes, según él mismo anunció al principio de la legislatura, se ha cargado de un plumazo el gran símbolo de sus gobiernos: la paridad. Ha degradado un ministerio y a una ministra, pero sobre todo ha retrocedido hasta donde han querido los sectores más conservadores de su partido y de la oposición. Podría haber optado por mandar a paseo la inoperante vicepresidencia tercera de Chaves o integrar la cartera de Ciencia en Educación. Mas no. Ha reculado en una idea vertebral de su programa, un gesto muy elocuente, y dado la razón a quienes convierten cualquier denuncia femenina en un chiste. Se ha ido a lo fácil, al golpe de efecto, tras fracasar en lo complicado, la gestión de la crisis. Renunciando a uno de los principios que le definían como gobernante y como persona, ha convertido la pelea contra la discriminación sexual en un asunto asistencial y menor, cosa que me pone realmente enferma.

Más de la mitad del censo español presenta síntomas alarmantes de ser mujer. Las muertas a manos de sus parejas y ex parejas aumentan este año, estadística que desdice que uno de los motivos principales para crear el ministerio de Igualdad haya desaparecido. El paro acecha a las mujeres, que siguen cobrando menos que sus compañeros, y la recesión nos aleja de la quimera de la conciliación familiar. En las altas esferas del poder y la empresa no nos guardan el sitio. Los problemas siguen, pero ahora van a ser menos visibles, perdidos en los vericuetos de distintos departamentos y sin una voz cantante. ¿Y por qué lo ha hecho Zapatero? Porque puede. O porque imagina que puede. Porque si le da una patada en el culo a De la Vega y ella sonríe, y le da las gracias al despedirse, y relega a secretaria de Estado a Bibiana Aído y ella acepta, el Presidente se cree con derecho a pensar que el voto femenino que lo llevó a la Moncloa olvidará el agravio de aquí a las próximas elecciones. Enfermas y amnésicas nos quiere. Pero estamos sólo quemadas, y no hay en el mercado tiritas suficientes para más de la mitad de la población.