A Leire Pajín, mito erótico del alcalde de Valladolid y a la sazón reciente titular de la cartera de Sanidad, no parece el común dispuesto a ofertarle los cien días de gracia que merece cualquier ministro, por malo que sea. Resulta que la sustituta de Trinidad «la derrotada» suele lucir en su muñeca izquierda una de esas pulseras de efectos supuestamente milagrosos, contra las cuales las asociaciones de consumidores presentaron hace meses una denuncia, por estafa, ante el ministerio que gestiona la cosa sanitaria. Y se ha armado el pifostio y la de san quintín, tal que no hay mejor jarabe para la ministra que aquel que receta el médico a palos.

Parece que no les falta razón a quienes pretenden recluir a medio gobierno en un sanatorio. Reconozcamos que Pajín puede lucir los abalorios que desee y que mejor condimenten su fondo de armario, pero habremos de convenir que una ministra de Sanidad que exhiba una engañifa con supuestos poderes sin atisbo de rigor científico es como dibujar a un arcángel con rabo luciferino o lanzar al enemigo flechas de punta roma. Una contradictio in terminis, por tanto; un monumental oxímoron. Una dulce amargura, un sabroso veneno. Hielo abrasador o fuego helado, que diría Quevedo y suscribiría León de la Riva.

A la vista del no escondido interés en perpetuar la pulsera mágica, existen dudas razonables acerca del desempeño público encomendado a Pajín: ¿es Leire la ministra de Sanidad o el chamán de la tribu? En el segundo de los casos, un fonendo en sus manos pasaría por amuleto; y el Clamoxyl, por conjuro homeopático. No extrañe al personal que la pedriza de la crisis no escampe con un Gabinete que no encuentra otra receta que bailar, alrededor del fuego, la danza de la lluvia.

Dice la publicidad engañosa de las dichosas pulseras que llevarlas encima favorece un estado de plena armonía y equilibrio. Convengamos, a la vista de este dato y otros precedentes, en que la ex secretaria de Organización del PSOE es una mujer de gustos exotéricos. Recuerden que, hace algún tiempo, el oráculo Pajín discurrió que los astros habrían confabulado para que sobre la faz de la Tierra se extendiera, como un manto níveo, una nueva era de acuario, donde Zapatero y Obama entonarían a dúo, a la grupa del arco iris, el «Let the sun shine» de los hippies de antaño. Ocurre que meter al presidente del Gobierno de España en el mismo saco y a la misma altura que al titular de la Casa Blanca es como comparar el humor inteligente de Charlot con las trapisondas de Chiquito de la Calzada; como hacer pasar por el mismo aro a Gasol y a Torrebruno. No cunda el desaliento en la ministra: si fracasa su gestión medicinal, puede reconducir su futuro en la adivinación o como reportera de Cuarto Milenio.

Parece que al presidente del Gobierno, cuya estrategia política se basa en ver frecuentes vigas en el ojo ajeno, no le ciega el pajín en el propio cristalino. En este país parece que todo cuela: asumimos la presencia de una ministra de Sanidad que porta una pulsera insana igual que aceptamos pulpo Paul como animal de compañía.