El canal de Berlusconi en España abrió un hueco, en medio de sus múltiples contenedores de basura, para emitir una miniserie sobre los Príncipes de Asturias. O, mejor dicho, sobre Letizia Ortiz, porque quien de verdad interesa es ella, enésima versión de la Cenicienta, la chica plebeya que asciende a lo más alto. El Príncipe, en cambio, carece de relevancia narrativa porque ya estaba allí. Y ni siquiera ha tenido que trabajárselo como su progenitor, con sus andanzas un tanto shakesperianas entre Franco y don Juan. Amortizado hace lustros el exitoso capítulo del Rey salvando a España de los golpistas, la Corona necesitaba nuevas tramas argumentales para encandilar a la audiencia. La incorporación del personaje de Letizia a esta telenovela regia ha cosechado un notable éxito comercial. Ni Donald Draper, el implacable publicista de Mad men, habría conseguido relanzar el producto Monarquía con la efectividad obtenida gracias a la irrupción de Letizia Ortiz. Los hijos de los reyes puede que sean estupendos, pero no se los percibe como tal o, lo que es peor, no se los percibe de ninguna manera. Letizia, en cambio, es hoy por hoy el mejor anclaje popular del príncipe, y no al revés.

La miniserie de Tele 5 es uno de los mayores desatinos de la historia universal de la televisión, pero puede resultar divertida si uno la visiona como pura parodia. El gran objetivo de la televisión es la emisión de anuncios, pero no queda mas remedio que fabricar programas para ponerlos entre los cortes de publicidad. A pesar de todo, la televisión ha producido también obras de ficción extraordinarias, como Retorno a Brideshead o Wagner. Es más, se percibe un trasvase de talento desde el cine a la televisión, siguiendo la estela del consumo. Cito dos obras maestras: Angels in America y, de nuevo, la asombrosa serie Mad men. Pero Felipe y Letizia es un disparate absoluto del que no se salva ni el iluminador. Claro que enfatizando un poco más los yerros, igual habría acabado siendo una obra de culto, como alguno de los primeros títulos de Almodóvar.

Dejando a un lado la pésima miniserie de Tele 5, me sigue fascinando cómo la princesa ha conseguido borrar su pasado, tarea en la cual debieron de colaborar los servicios de seguridad del Estado. Su pasado se ha desvanecido y, lo que es más importante, carece de relevancia todo lo que pueda decirse al respecto. Su ayer de divorciada, con sus novios o amantes, no vende, porque Letizia sólo interesa en tanto en cuanto cumple con el patrón de la Cenicienta, y cualquier alteración del argumento resulta incluso molesta para el personal. Es una paradoja, pero funciona así. No queremos saberlo todo sobre ella: sólo aquello que la condujo a lo más alto. Como su pasado no es comercial, en Tele 5 también se lo cargaron. Ella es ella a partir del momento en que conoce al Príncipe, prodigio sociológico que no imaginaron sus reales suegros, en los momentos de oposición a la boda del heredero con una divorciada. Últimamente se ha editado un libro sobre la princesa que, pretendiendo provocar un gran escándalo, ha pasado totalmente inadvertido. Ni siquiera yo lo compré.

Puesto que no podemos suprimir el Estado, me parece irrelevante la forma que adquiera el invento, república o monarquía, qué más da. Algunas de las últimas reinas consortes de España superaron con creces el parco nivel de sus mediocres maridos. Hablo de María Cristina de Habsburgo y de Victoria Eugenia, esposas de los dos últimos alfonsos, el XII y el XIII. Por no hablar de doña Sofía, que en este caso es un empate marital muy afortunado.

Letizia es la gran baza mediática de esta Monarquía, pero lo tiene muy difícil porque su real marido, aún siendo un profesional muy preparado, nadie lo duda, no provoca admiración ni adhesión ni, lo que es peor, ninguna curiosidad. Así que la princesa tendrá que trabajárselo por partida doble. Don Draper estaría de acuerdo, y seguro que Ella también adora Mad men.